Berlín 20 años después…

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Ayer se celebró por todo lo alto la caída del ya histórico Muro de Berlín, Muro de la vergüenza o el Telón de Acero. Fué todo un símbolo de libertad y esperanza para un país dividido por una guerra en la que todos perdieron y muy poquitos ganaron… algo.

En este blog, publiqué ya en Junio del 2007, este artículo sobre lo que significó el hecho para la economía alemana y europea. Pero hoy querría contar una pequeña anécdota familiar que me sucedió por «pardillo».

Llevabamos un tiempo «viviendo» en Berlín oriental. Nuestras líneas venían a ser de cinco días continuos en un hotel de las afueras, junto a un maravilloso lago, entre bosques, aislado del mundo y rodeados de jabalíes y animales en libertad, a los que no les importaba en absoluto el cambio de nacionalidad…

Los días se hacían largos y monótonos, ya que los breves momentos que teníamos de descanso apenas nos permitían llegarnos a la ciudad a conocer las dos zonas. Sin embargo a base de ganas, conseguíamos acercarnos muy de vez en cuando a recorrer las calles berlinesas y descubrir su puerta de Brandemburgo, el museo Pergamon, o la ópera de Berlín para tomar un café.

Contábamos con la total colaboración de la compañía (Excelsa LTE) para llevarnos a la familia a estas «excursiones» programadas. Nos facilitaban el billete, el alojamiento y sólo nos teníamos que hacer cargo de pagar un suplemento en el hotel por nuestros acompañantes.

Así que ni a Fernando VII se lo ponían tan fácil. Hice uso de esas ventajas para llevar a mi mujer y mi hijo, por entonces de siete meses de edad, y que en su cuna berlinesa descubrió que se podía poner de pié el solo… Allí fué la primera vez que se incorporó, supongo que para ser testigo del acontecimiento tan reciente que había tenido lugar.

Pero, como os decía, yo era un pardillo en todos los sentidos. Al llegar a la aduana con toda la tripulación y los acompañantes, un agente de policía (todavía con uniforme oriental impresionante) nos pidió la documentación del niño. ¡Documentación!, ¿qué documentación, si es un bebé?.

El hombre nos dijo que si el niño entraba en el país no podría volver a salir, ya que nadie podría certificar su origen y nosotros podríamos  ser considerados unos secuestradores. Así que la única posibilidad que teníamos era la de permanecer recluidos en nuestro propio avión y regresar con él a España… ¡Dios mío qué situación!. Afortunadamente nuestras azafatas eran mayoritariamente alemanas o dominaban perfectamente el idioma, así que no hubo falta de entendimiento. Tras unos momentos de tensión por nuestra parte (asombro, vergüenza, frustración, etc.) conseguimos ponernos en contacto con el superior de aduanas. No sé si mi cara de imbécil, el ver un bebé, o que sencillamente era un buen hombre, nos dió la solución de forma rápida. Hacerle una especie de salvoconducto, pasaporte provisional, o una declaración jurada de que era mi hijo. La cuestión es que nos lo hizo y rápidamente accedimos a Alemania de manera totalmente legal.

Ahora, después de casi veinte años, recuerdo vívidamente aquella anécdota y sin embargo no recuerdo el rostro de aquél hombre,¡sólo su gorra!. Sus ganas de ayudar permitieron que todo resultara bien para nosotros. Por aquél entonces era todavía más complejo de lo que pueda aparentar ahora. Seguían teniendo unos protocolos que no habían tenido tiempo de adaptarse a la nueva situación política, la burocracia era lenta y muy exhaustiva porque llevaban muchos años intentando evitar que se pasaran sus fronteras, y todavía permanecía en sus mentes la educación recibida durante tantísimos años. Así que aquél policía hizo mucho más de lo que debería en un momento tan puntual. Nos abrió las puertas de su país y creo que fué, en cierto modo, muy feliz de poder hacerlo.

Ahora quiero darle las gracias como corresponde: ¡Vielen Dank, Herr Polizei!

Acerca de Carlos

Expiloto de líneas Aéreas, aficionado a las artes: Pintura, Literatura, Música, Fotografía, con ganas de divulgar aquello que he vivido a lo largo de mi experiencia profesional y humana..

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