Siempre ha habido en las clases el típico «matón» de barrio, caracterizado por su bravuconería y chulería además de arrastrar un expediente académico, digamos que «deficitario».
Los que, como yo, eramos bajitos, regordetes, con gafas, u otras características físicas especiales, solíamos ser objetivo de dichos «elementos».
En mi caso tenía muy claro que no debíamos «achantarnos», puesto que ello habría hecho imposible frenar sus «ataques» o su constante amenaza. Así pues mi comportamiento siempre era de «dar la cara» ante cualquier mínima «provocación» del chulito de turno.
Nunca he sido agresivo ni defiendo el uso de la fuerza, pero el afán de supervivencia obliga a ser firme en tu propia defensa cuando así se precisa. Por todo ello era «respetado» por los aspirantes a delincuentes, dado que en más de una ocasión les sorprendí con un «directo» al mentón que les dejaba más estupefactos que doloridos. Mi actitud hacía que los «marginados» se sintiesen apoyados por un canijo que defendía su pequeñez a base de «valentía» (aunque tenía más miedo que ellos), pero en seguida me hacía amigo de los grandotes, los gorditos, los que tenían dificultad para aprender y en general de la gente menos guapa de la clase.
Como visto así eramos mayoría respecto de los pocos «casos perdidos», apenas había conflictos importantes entre todos. Así que reinaba la paz en un equilibrio de fuerzas estable. El propio grupo anulaba a los matones en un par de semanas o tres.
¿A qué viene todo esto?. Llevo mucho tiempo pensando en las relaciones entre las instituciones y los terroristas, (innombrables en cualquiera de sus grupos). Evidentemente que no son comparable las relaciones entre niños compañeros de clase pero, en lo esencial, existe un paralelismo que puede aplicarse con garantías. Se habla, se intenta convencer, se pacta y se intenta evitar la agresión. Pero cuando ésta sucede hay que convencer a todos de que el grupo es mucho más fuerte que esas minorías, y que la «gente normal» no estamos dispuestos a amedrentarnos por su bravuconería. Cierto que un atentado no se resuelve con un puñetazo al mentón. Pero aplicando la Ley directamente en la cabeza les hace pensar un poco antes de agredir a los «INOCENTES».
Lo mismo se puede aplicar a las relaciones internacionales entre países. Llevamos una semana de sorpresas muy «significativas» a este respecto. Empezando por Marruecos, siguiendo con Chad y, ahora, El Presidente de Venezuela. ¡Cuánto disparate junto!.
A estos «bravucones» internacionales hay que mandarles algún «recadito» diplomático para que no utilicen tácticas «infantiles» en contra de España. Ahora ya somos mayores y por supuesto que seguimos siendo fortísimos cuando estamos todos juntos. ¿O no?. ¡Pues eso!. Hagamos fuerza los gorditos, los pequeñajos, los gafotas, los calvos, los delgados, los poco agraciados, o sea, casi todos. (Los guapos y los que no tengan ningún defectillo también se pueden unir a la causa).
¡El Rey ya lo ha hecho!.
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