Hemos vuelto a buscar la nieve, a sentir en nuestra piel el frío seco y gélido de la montaña, a participar del diálogo hombre-naturaleza, y a dejar vagar nuestra mente por las laderas nevadas, donde los árboles apenas tienen fuerza para vestirse de blanco impoluto mientras se sacuden el polvo níveo, como el molinero tras una jornada de vueltas y vueltas de su piedra.
He querido empezar con un lenguaje «poético» para mitigar la pequeña tortura que supone el trajín previo hasta que inicias la primera bajada por la ladera.
A pesar de tener que cargar más material de intendencia que Napoleón en su incursión a la Estepa, recordar cómo se ponen unas cadenas (por supuesto que haciéndolo), intentar agrandar el maletero para que quepa todo lo necesario (incluyendo repuesto de ropa de abrigo) y otros detalles menores, te lanzas a la carretera con la ilusión puesta en un fin de semana que llevabas esperando todo un año.
Salir de Zaragoza en dirección Huesca es ya de por sí una pequeña Gymkana. Circunvalando la ciudad aparecen las obras de «ensanche» de la autopista comenzando con un estrechamiento de carriles en las proximidades de los accesos a la Expo. El tremendo problema de seguridad que hay en este tramo es de «juzgado de guardia», no ya por las obras, sino porque es de todo punto «ilógico» que el tráfico que circula por la autopista en dirección Barcelona, se vea integrado en el tráfico que solamente está circunvalando Zaragoza y que abandona o se incorpora a la vía principal en carriles «compartidos» para tal menester. Enseguida sales para incorporarte a la autovía hacia Huesca, pero la incorporación, a parte de peligrosa, se hace «gradualmente» debido a las obras de «exclusión» de la rotonda de la MAZ, de infausto resultado para los miles de usuarios de dicha vía. Cuando se complete el paso subterráneo que se está construyendo, habremos encontrado el alivio a un «drama» que crearon artificialmente por no haber las cosas «como tocaban» a su debido tiempo.
El pasado viernes, además, llovía intensamente durante todo el tiempo. La autovía no tiene la culpa de que llueva, pero el drenaje de la misma es practicamente nulo. Bien es cierto que llovía con ganas, pero toda el agua que caía permanecía sobre el asfalto hasta que los camiones la pulverizaban sobre cualquiera que se aproximara a ellos haciendo que la visibilidad se redujera a «la nada».
Cuando has pasado la circunvalación de Huesca y entras en la nacional 240 hacia Lérida, el panorama se hace todavía más desalentador. Intenso tráfico de camiones y turismos, poco o casi nada de arcén y apenas dos o tres tramos de carril lento en subida. Así que a adaptarte al tráfico y a las condiciones de la carretera (tercermundista). Piano piano llegas hasta Barbastro para encontrar la nueva autovía en construcción e incorporarte a la N 123 en dirección Graus. Esto ya es otra cosa, ¡pero todavía peor!. Quitados ciertos tramos ampliados durante los últimos años el resto sigue siendo una comarcal. Sin embargo es todavía mejor que la continuación desde Graus por la A 139 hacia Benasque. El postre del viaje es apoteósico atravesando el cañón del «Congosto de Ventamillo». Este trazado, vital para el acceso al valle, está tal cual se construyó hace más de ochenta años. La belleza del lugar es innegable, puesto que vás bordeando el río Esera a lo largo de unos 25 km. por una angosta carretera «arañada» de la roca, cientos de curvas, alguna pequeña roca desprendida de la montaña y sobre todo prudencia, ya que en muchas ocasiones no se puede ver el tráfico que circula en sentido contrario y cuando te cruzas con un autobús o camión hay que «cederse» el paso.
A pesar de lo malo del acceso tuvimos la suerte de que nos abandonó finalmente la lluvia. ¡Claro que nos recibió una copiosa nevada!. Los últimos 15 km. fueron todo un derroche de serenidad. A 20 km./h escapamos de la ratonera antes de que fuese necesario poner cadenas. La nieve cubrió inmediatamente la pintura (orientativa como indican los carteles), la señalización reflectante vertical no existe, y los preciosos copos de nieve nos engulleron en una «lluvia de meteoritos» digna de cualquier película de ciencia ficción.
Conseguimos llegar a Benasque, paraíso del Pirineo, «sin novedad»; centro neurálgico de los montañeros que hacen los «tres miles», y villa excelsa donde las haya. Una vez allí todo resulta idílico, sus callejas, sus casas-palacio, sus gentes, sobrias y montañesas, herederas de una tradición de supervivencia en armonía con la montaña que les ha dado su propio estilo de vida y ha configurado su carácter austero y tranquilo acogiendo gustosamente a quienes tenemos la gran suerte de recalar en su «territorio» esquivo y difícil, pero maravilloso.
¿No os apetece una escapadita por allí?. Normalmente no es tan dramático el viaje, además la culpa de los accidentes siempre la tienen los conductores, no el estado, ni el trazado, ni el pavimento, ni la señalización, ni las condiciones meteorológicas ni otros factores que hay que tener en cuenta a la hora de conducir. Siempre hay que considerar que al final nos espera nuestro premio y por ello merece la pena andar despacio. Un pequeño retraso momentáneo es siempre mejor que quedar parado eternamente.