Es como una pequeña metáfora de lo que luego cuento…
A veces, siempre, el tener razón es lo peor que te pueda pasar cuando actuas como empleado de una empresa o entidad.
La razón es algo sobre lo que los propios filósofos han pensado y profundizado tanto que algunos casi «la han llegado a perder». De todos modos Kant escribió su obra trascendental dedicada precisamente a la Crítica de la Razón Pura.
No os asusteis que no voy a hablar de Filosofía, sino de «MI RAZON». La razón por la que dimití como instructor de vuelo durante el ejercicio profesional no fué otra que la de tener razón. Había muchas cosas que establecer, corregir y mejorar, para que la función de instrucción fuese la adecuada al propósito que debe de tener siempre cualquier tipo de enseñanza: La transmisión del saber.
Pero cuando el correspondiente departamento de instrucción de una compañía aérea está compuesto de personas cuya capacitación profesional – y no digamos docente- dista mucho de ser la necesaria y suficiente como para desempeñarla, es cuando entras en un conflicto tan grande que sólo te quedan dos recursos: Desligarte de un grupo contaminado o emponzoñarte junto a ellos y dispersar la «mierda» entre los inocentes aspirantes a pilotos de tu compañía.
Algo así sentí al presentar mi «renuncia» al puesto con la sorpresa de mis propios compañeros de faena. Alguno incluso llegó a justificarme su continuidad argumentando que necesitaba el dinero «extra» que le aportaba leer el periódico quería decir dar instrucción en vuelo. Otros consideraban que debían permanecer en el departamento para «evitar» que ocuparan la plaza otros todavía peores que ellos mismos. En fin que las penas con pan son menos penas.
A mí puedo decir que la hora de vuelo en instrucción me suponía un incremento salarial de unas mil pts./hora volada. (En aquellos momentos el servicio doméstico venía a cobrar unas 1200 pts./hora), lo cual significa la enorme consideración en la que se tenía la labor de Instructor de vuelo.
No quiero personalizar en nadie pero hubo Jefes de Instrucción que apenas sabían escribir sin faltas de ortografía una frase mal redactada, apenas sabían nada de las disposiciones legales que implicaba dar el visto bueno para obtener una calificación de tipo, y en algún caso extremo ni siquiera sabían más que los rudimentos del vuelo instrumental. (Uno en concreto se perdía en la ruta Madrid-Barcelona por no haber sintonizado correctamente las ayudas y quería solicitar vectores radar para llegar a destino).
Conocí a otros cuyo acervo aeronaútico era haber coleccionado maquetas de aviones desde la infancia, otros que me solicitaban la colaboración para tapar sus deficiencias con un nombre de cierta solvencia profesional, etc. etc. Así que a todos les respondía lo mismo: LO SIENTO PERO ESTOY QUEMADO CON LA EMPRESA.
¡Y de eso nada! estaba quemado porque el deterioro subsiguiente en la operación era una garantía, porque con esos jefes de instrucción no había nada que enseñar, porque no sabían ni lo que tenían que hacer ellos mismos como para transmitir algo de conocimiento al resto. ¿Y querían que yo me pringase?. ¡No señor!. Con ellos no.
Pero lo de la empresa… eso era otro capítulo, porque nunca llegué a entender las razones que le llevaban a «fichar» a esos superhéroes de la aviación… aunque las imagino.
Esos fueron algunos de los responsables de la instrucción, yo siempre recordaba al Maestro Ciruela, el que no sabía leer y puso una escuela, para referirme a ellos. Y como siempre, el tener razón no te causa más que problemas. Y en ello estamos, apechugando con mis razones y sus leccioens de supervivencia extrema. ¡Dios es misericordioso con los ignorantes!