Esta fábula sólo pretendía demostrar la premisa aquélla de que: «Cada cual asciende en la escala social, laboral,etc. hasta su máximo grado de incompetencia«.
La gran mayoría de personas hemos pasado por fases de «ambición» desmedida, en la que nada ni nadie se interponía en nuestros objetivos de ascenso. Una vez superada esta fase, nos hemos ido conformando con lo que teníamos, hasta hacernos casi impermeables a los cantos de sirena de determinadas posiciones para las que no estábamos realmente capacitados o bien ni siquiera se adaptaban a nuestra forma de ser.
Sin embargo hay una serie de individuos, a quienes lo único que les importa es «el mando», el poder y la autoafirmación de sus propias limitaciones enmascaradas en su «superioridad» jerárquica.
Desde la época en que tuve que hacer la mili, había observado lo peligroso que resulta para un grupo, estar a las órdenes de alguien que no está capacitado para asumir determinadas responsabilidades. Los entonces sargentos «chusqueros» representaban a la perfección la falta de criterio propio, la sumisión ciega a unas supuestas órdenes que nadie había dado del modo en que ellos las interpretaban. O sea que eran el arquetipo de la estulticia humana en grado sumo.
Ello me llevó a plantear esta fábula en términos de un cabo ambicioso y ruin, como metáfora de mis planteamientos.
Dado que en aviación hay muchos pilotos que han desarrollado su formación dentro del ejército, alguno de los compañeros se sintió ¿reflejado? en el personaje. No era esa mi intención, pero «quien se pica…».
La última moraleja del zapatero, tampoco tenía nada que ver con el actual Presidente de Gobierno. En el momento que la escribí nadie había oído hablar siquiera de él. Pero ahora pienso que está de plena actualidad y que encajaría perfectamente en el personaje del cabo.