(autor foto: sath.es)
Ayer os dejaba reflexiones ajenas de dos grandes personajes, ambos muertos de manera violenta, a tiros. Y después me callé para que os diera tiempo a reflexionar…
Cada uno a su manera hizo algo que siempre molesta al «STATU QUO», ya que llevar mensajes de cambio, sobre todo si buscan la paz, es muy peligroso para cualquier sistema. Ambos también murieron a manos de un hombre «aislado» que en ninguno de los casos parecían pertenecer a cualquier grupo organizado y que actuaron «enajenados» y «por libre». O sea que no había detrás ninguna conspiración.
Ya veis que llevo un poco de tiempo defendiendo lo, hoy por hoy, casi indefendible, porque los mensajes de paz social, de seguridad aérea, de abuso de poder, son temas muy delicados y que requieren de un «mimo» especial a la hora de tratarlos, y a los controladores casi nadie les ha dado opción de manifestarse públicamente. Parece que eta noche tendrán ocasión de hacerlo en un debate que organiza Punto Radio, en su programa: «De costa a costa».
Estoy totalmente de acuerdo en que la Seguridad Nacional de cualquier país es lo más importante para que podamos gozar de todas las libertades que tenemos. Que la lucha coordinada contra el terrorismo, contra el crimen organizado, contra la pornografía infantil, etc. requieren mucho esfuerzo por parte de las Fuerzas de Seguridad y que en Internet hay un exceso de contenidos dignos de ser investigados y seguidos, y seguramente merecedores de aplicárseles la ley más dura que seamos capaces de aprobar en las Cortes.
Quizás la ley Sinde haya surgido de una necesidad de protección de derechos privados de autor, a lo cual no tengo nada que objetar, si bien dudo que sea de protección y sea más para la recaudación, pero eso es otro tema.
A mí lo que me preocupa es que, un mediocre redactor (que no escritor), un pésimo administrador de blogs, y un parado «a la fuerza», se vea asaltado en su casa mediante el hackeado de su ordenador y sometido al intrusismo de no se sabe quién, y espiados sus correos electrónicos.
Así que a quien se haya tomado la molestia de entrar por aquí le informo de todo esto:
– Que en mi disco duro lo que tengo es casi público, incluso las fotos entre las que no hay nada de porno y que las guardo para que la cara de la gente que quiero quede protegida por el Derecho a la Intimidad que ni yo mismo violo para ilustrar un artículo.
– Que las cuentas del banco de un parado están siempre bordeando la «zona roja», así que salvo que sea para hacerme un ingreso o donativo extra, casi que no les merece la pena entrar en ellas.
– Que los correos que mando suelen ser poco o nada interesantes, algún trabajo que solicitar, alguna chorrada de youtube, y cuatro reflexiones entre amigos o familiares que no creo que sean de interás público.
Y por último que nuestra Constitución, en su Artículo 18 me reconoce estos derechos:
1. Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen.
2. El domicilio es inviolable. Ninguna entrada o registro podrá hacerse en él sin consentimiento del titular o resolución judicial, salvo en caso de flagrante delito.
3. Se garantiza el secreto de las comunicaciones y, en especial, de las postales, telegráficas y telefónicas, salvo resolución judicial.
4. La Ley limitará el uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad personal y familiar de los ciudadanos y el pleno ejercicio de sus derechos.
Así que a cualquiera que los haya violado o vulnerado, en todo o en parte, si vuelve por aquí y lo «pillo» hurgando entre mis archivos, que se prepare para una denuncia en los tribunales correspondientes. Tengo ya varias IP localizadas y evidentemente la Policía Nacional, a través de su Brigada de Investigación Tecnológica, tardará unos segundos en dar con él/ellos.
Miguel, a mi que me registren… total todo lo que es importante lo tengo al aire… 😉
Si los cibermerluzos nos atacan, será porque llevamos razón.
Aviso de que en mi blog he instalado un cepo impregnado con curare, para que los merodeadores amigos de Librero (cambia de estilista ya) se lleven una sorpresita.
Ale, a dar caña.