No es extraño ver entre las procesiones a gente haciendo penitencia. Si llevar a hombros un paso que pesa varios cientos de kilos, o tocar un bombo y aguantar el «rebote» que hace la maza sin que se te desencaje un hombro, o se pincen las vértebras lumbares, caminar y parar durante un montón de horas, no es suficiente penitencia de por sí, encuentras todavía quien por causas íntimas decide llevar más allá este sacrificio personal arrastrando unas pesadas cadenas.
Es una cuestión de fe y generalmente como petición de ayuda para un ser querido, o en agradecimiento por un favor recibido con la «promesa» de hacer este tipo de penitencias. Se dice que la FE MUEVE MONTAÑAS. Al menos en Semana Santa, si no se mueven las montañas, se mueven algo más que cadenas o pasos, porque todos sentimos que algo se mueve en nuestro interior. Aunque sólo sea una duda más de nuestra propia conciencia.