Una de las características raciales más notables de los japoneses era que siempre andaban de acá para allá con sus cámaras de fotos. El estereotipo de turista japonés es siempre el de un fotógrafo cargado de las últimas novedades tecnológicas y fotografiando el mundo en un constante click.
Desgraciadamente ahora esa afición por inmortalizar la imagen de todo lo que les rodea, ha hecho que esten en nuestros ojos, de manera continua, millones de imágenes de la destrucción que ha provocado el terremoto, sus réplicas y el tsunami posterior a ellos…
Esos japoneses están sufriendo un desastre de magnitudes imprevisibles todavía. Estamos asombrados de que haya habido un relativo número de víctimas menor que el que hubiera habido en cualquier otro país menos preparado contra los terremotos. Sin embargo el agua del mar ha devorado ciudades enteras y ha dejado el país sumido en el caos. Y aún falta por llegar la tercera amenaza en forma de reacción nuclear, cuyas consecuencias ya se están dejando notar.
No puedo más que decir que estoy sobrecogido por el desastre, y horrorizado por la desgracia con la que les está tocando lidiar. Siendo un terrible suceso y desgraciadamente inevitable, quiero sumarme al sufrimiento de todo un país al que le quedan todavía unos tragos amargos que sufrir.
Sin embargo, todavía podemos ver con optimismo esta lamentable desgracia de Japón, porque no hace tanto que Haití sufrió un terremoto cuyas consecuencias trágicas fueron infinitamente mayores, el Tsunami que arrasó Indonesia fué imprevisto también y mucho más letal. No debería hacer comparaciones ni lo pretendo, sólo quiero decir que la prevención ha ayudado a que este cataclismo haya sido menos grave que otros a pesar de que su itensidad ha sido mucho mayor.
Comenzaba hablando de los japoneses y sus cámaras, y es porque otra gran diferencia de este fenómeno sísmico ha sido su repercusión mediática o DIGITAL. Desde los primeros instantes en que ocurría ha sido grabado en todos los formatos posibles, y difundido al mundo en tiempo real. Imágenes, videos, tweets, redes sociales… han visto una galería de imágenes sin precedentes. Las agencias de noticias han recogido ese aluvión de información abierta y le han puesto voz a las imágenes, han escrito miles de palabras complementando cada imagen del horror y dando cuenta millones de veces de lo que ha quedado tras la catástrofe. Ojalá no estalle finalmente el reactor nuclear que se teme, porque entonces Hiroshima o Nagasaki serían devorados por la nueva «actualidad»,
La naturaleza nos demuestra lo poco que somos ante su fuerza, que el mundo global lo es para lo bueno y para lo peor. Basta con arrasar a la tercera economía mundial de un golpe durísimo, para que el castillo frágil de la economía dé su réplica en la bolsa. Cuando las revoluciones en los países árabes habían hecho que el petróleo alcanzara valores desorbitados, y algunos gobiernos se estaban planteando retomar y prolongar la vida de las centrales nucleares, en un intento por no depender del petróleo para generar electricidad, un terremoto vuelve a sembrar de incertidumbre la acción que se puede tomar.
Somos hijos de la Tierra, hemos querido rebelarnos contra su poder infinito, y ahora nos vuelve a recordar que estamos en el punto de partida, desnudos y sin más remedio que adaptarnos a su gobierno. No hay más opción.
No he querido poner ningún enlace, ninguna foto de la tragedia, porque me quedo con la imagen del principio, de un jardín japonés, con el deseo de que pronto esa paz, esa tranquilidad que transmiten sustituya definitivamente el dolor de lo que hoy está desgraciadamente en nuestras retinas.