Cada maestrillo…

 

maestro de la antigua escuela

 

… tenía su librillo, pero de eso hace ya muchos años. Ahora los pobres no tienen ni cartilla. Resulta desolador enterarse de que en un examen para maestros un porcentaje superior al 85% no ha sido capaz de aprobar en conocimientos generales, lo cual da mucho que pensar.

Llevo toda mi vida tratando de aprender, y  lo que aprendí trato de transmitirlo a mis alumnos, a la vez que ellos me siguen enseñando cada día a renovarme. Pero yo tuve muy buenos maestros.

No recuerdo exactamente cuando dí mi primera clase «oficial», creo que con unos catorce o quince años empecé con un niño de seis a enseñarle a leer. La P con la A…, y ya metidos en faena traté de que el 2 + 2 significara algo más que unos gusanitos haciendo pareja, y que sencillamente sumara.

En mi etapa de párvulo nos hicieron mucho bien memorizando las preposiciones propias, hacíamos quebrados, incluso raíces cuadradas, y los Reyes Godos eran más conocidos que los primos segundos. Ni qué decir tiene que Viriato era un pastor lusitano, que América se descubrió por Colón en 1492 exactamente, y que la escuela era la casa de todos los niños. El catecismo escolar era pan comido antes de la comunión, que por cierto se hacía alrededor de los siete años o así. Y en la prueba de ingreso al Bachillerato (elemental) los ríos pasaban por unas ciudades y no por otras, desembocaban en alguno de los mares que rodean a la Península, y los cabos y golfos, las cordilleras y las regiones (todas las que había) estaban formadas por provincias que limitaban por los cuatro puntos cardinales con unas o con otras…

Memorizábamos muchas cosas que aún recordamos, y los dictados se suspendían con equivocarte en un par de acentos. Hacíamos análisis sintáctico y morfológico, conjugábamos los verbos irregulares como loros, éramos capaces de diferenciar un complemento directo del sujeto y a veces hasta éramos capaces de utilizar la forma reflexiva de una oración. Pero no éramos más listos que los niños de ahora, sencillamente nos dedicábamos a estudiar.

Hacíamos muchos deberes, ensayábamos en un pizarrín con tiza cientos de operaciones básicas, nos sabíamos la regla del nueve, el cociente el resto y el divisor, y nos sentíamos extrañamente gloriosos cuando aprendíamos a dividir «llevando», ¿y cuando aparecían los decimales?: sencillamente nos creíamos pequeños genios.

¿Dónde estaba el secreto de esta pequeña felicidad?. El secreto estaba en nuestros MAESTROS. Eran gente humilde, ganaban muy poco dinero, no digamos si eran maestros de pueblo, pero amaban su «oficio», y se entregaban a él con pasión y mucho cariño. Aguantar una clase de párvulos tiene mucha «miga», pero eran firmes, rigurosos, y también exigentes, pero a la vez transmitían algún pequeño detalle de afecto hacia sus pupilos.

Era una forma de enseñanza que hoy parece muy arcaica, y que también tenía grandes defectos, pero que se mostró bastante eficaz y animó a muchos de nosotros a seguir buscando y tratando de llegar al SABER a través del estudio.

Ellos eran el ejemplo a seguir, maravillándonos con su sabiduría y trataban de sacarnos de una sociedad todavía poco culturizada, y animarnos a seguir hacia el Bachiller superior, y luego a la Universidad, en donde se generaba el germen de una nueva España, más avanzada y mejor preparada.

Nuestros pequeños escolares tienen ahora nuevas técnicas docentes, se conoce mejor cómo aplicar el conocimiento a través de la pedagogía, se trabaja mucho más y mejor en el trabajo en equipo, la interrelación activa, el juego como imitación de la realidad, la lógica, la relación con el medio… pero falta algo primordial en el proceso del aprendizaje, falta el MAESTRO.

Enseñar cualquier materia es muy difícil, porque requiere de muchas herramientas sutiles, y que se aprenden a utilizar conforme las vas necesitando, pero lo primordial, aparte del conocimiento profundo de lo que tratas de hacer entender es que tú mismo tengas ese afán de CONOCIMIENTO que esperas que desarrolle tu alumno. Si no eres capaz de transmitírselo en algún instante, esa persona seguramente tomará la decisión de olvidarse de tu materia, y hasta probablemente acabe aborreciendo estudiar.

Nuestros actuales maestros no son culpables, sino víctimas inocentes de una formación en la que no les han enseñado a APRENDER…

 

Acerca de Carlos

Expiloto de líneas Aéreas, aficionado a las artes: Pintura, Literatura, Música, Fotografía, con ganas de divulgar aquello que he vivido a lo largo de mi experiencia profesional y humana..

3 respuestas a “Cada maestrillo…”

  1. aparte.

    (De a-1 y el lat. pars, partis, parte).

    1. adj. Diferente, distinto, singular. Góngora es un autor aparte en la poesía española.

    2. m. Palabras que en la representación escénica dice cualquiera de los personajes de la obra representada, como hablando para sí o con aquel o aquellos a quienes se dirige y suponiendo que no lo oyen los demás. U. t. en sent. fig.

    3. m. Texto que en la obra dramática debe recitarse de este modo. Esa comedia tiene muchos apartes.

    4. m. Trozo de escrito que empieza en mayúscula y termina en punto y aparte.

    5. m. Ejemplar de una tirada aparte.

    6. m. Ar. Espacio o hueco que, tanto en lo impreso como en lo escrito, se deja entre dos palabras.

    7. m. Arg., Col. y Ur. En un rodeo, separación que se hace de cierto número de cabezas de ganado.

    8. adv. l. En otro lugar. Poner un libro aparte.

    9. adv. l. A distancia, desde lejos.

    10. adv. m. Separadamente, con distinción.

    11. prep. Con omisión de, con preterición de. Aparte impuestos. Impuestos aparte.

    ~ de.

    1. loc. prepos. aparte. Aparte de impuestos.

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