Siempre he pensado que las entrevistas personales para la selección de cualquier trabajador es algo excesivamente «impersonal». En unos pocos minutos se trata de intuir cómo es una persona en lo profesional y en lo humano, y el «perfil» que se requiere puede ser tan SUBJETIVO, como quiera el que dirige la entrevista.
Hay actitudes, gestos, posturas que nos «delatan» de cara al interlocutor, una ceja fuera de sitio es un síntoma de sorpresa o incertidumbre, unas piernas cruzadas, un movimiento de manos, un carraspeo… se interpretan en el lenguaje no verbal -que mi buena amiga Sara Dobarro descifra y disecciona hasta límites insospechados- y significan mucho más que lo que puedas decir con palabras.
La semana pasada he sido testigo de cómo un nutrido grupo de pilotos experimentados, de los que se conoce como alta o altísima experiencia, se veían sometidos a un proceso de selección en el que realmente esa experiencia sólo había valido de carta de presentación. Había nerviosismo, preocupación, incertidumbre, igual o más que un principiante, con la diferencia de que muchos de ellos están desempeñando su labor allende nuestras fronteras. Es el peaje para seguir trabajando en un avión y que les ha llevado a emigrar en tropel.
Sentí un poco de rabia y algo de tristeza por ellos, que están tratando de volver a su país y recuperar un puesto de trabajo que nunca hubieran perdido de nos ser por ciertos «imputados» que llevaron a la ruina a sus empresas. Ellos no tuvieron elección, no les quedo más remedio que buscarse las habichuelas donde las había, y pasar por el mal trago de una nueva selección.
Esto parece al juego de la oca, que depende de cómo caigan los dados puedes caer en la cárcel, o dejarte llevar por la corriente, de puente a puente. En su caso han vuelto a la casilla de salida, vuelven a mover ficha y a todos les deseo que lleguen al final con la ilusión del PRINCIPIANTE, y la EXPERIENCIA acreditada que ya tienen. Animo, compañeros, que esto de nuevo empieza a moverse.