Hablar de aviación en estos tiempos que vivimos, convulsos y extraños, es algo digno de una tesis, o un extenso ensayo de cómo es y cómo fué. No me atrevo a tanto, pero sí que puedo dar unas pinceladas al respecto.
Lo primero es definir lo que se entiende por aviador: «Que gobierna un aparato de aviación, especialmente si está provista de licencia para ello». Ahí se queda corta la definición que da el (DRAE). Aviador es más que la persona que gobierna un aparato volador, sea cual sea, porque además es alguien que ama y necesita volar, dedica su vida a ese objetivo y lo vive con auténtica pasión.
No importa la procedencia, ni el origen social, ni la nacionalidad, porque a quienes les entra este «gusanillo» del vuelo, comparten los mismos ideales y los mismos sentimientos cada vez que están en su medio natural, subidos en su aerodino: «Aeronave más pesada que el aire cuya sustentación se produce mediante fuerzas aerodinámicas».(DRAE).
No he hablado de los pilotos, porque somos solo una parte de los aviadores y que llevamos una forma de vida acorde con ese afán de volar, e hicimos de ello una PROFESION. Esta profesión tiene diferentes variantes y no quiero centrarme en una sola parte de ella, porque quedarían fuera de mis reflexiones algunos trabajos aéreos poco o nada conocidos pero que tienen la misma finalidad, dar servicio y obtener rentabilidad. Es decir que somos trabajadores especializados en distintas actividades cuyo medio de producción es un determinado tipo de máquina voladora.
Conversar con unos y otros de los problemas laborales actuales es desalentador. No hay día que no surjan noticias relacionadas con la aviación en las que no se hable de una nueva «espina» que se clava en todo el colectivo. Una quiebra, un accidente, una incertidumbre que oscurece el horizonte profesional. Y es lamentable que todas estas personas hayan perdido gran parte de la ilusión que les proporcionaba su «vocación», debido a circunstancias ajenas a su voluntad, y que les hace ser víctimas a diario de una profunda insatisfacción, y ven impotentes cómo su «deontología», su forma de aplicar una filosofía de trabajo basada en la búsqueda de una perfección inalcanzable, una fiabilidad y una garantía de seguridad extremas está dando paso a una nueva forma de entender la aviación, que sólo se basa en la obtención inmediata de un beneficio económico que sólo es posible lograr dejando de lado todo aquello que nos inculcaron nuestros predecesores y maestros de vuelo.
Nos han cambiado las reglas de juego, nos han quitado la autonomía imprescindible para volar con un espíritu exclusivo que se apoya solamente en la SEGURIDAD. Ahora, como en la mili, la seguridad se «presupone». Pero muchos de nosotros vemos alarmados la que se viene encima. No se debería implantar una consideración economicista por encima de lo mínimamente recomendable. Un papel firmado de más o de menos de nada sirve cuando estás expuesto a los avatares de un vuelo. Una orden verbal fuera de procedimiento no deja rastro, y sólo hace asumir un riesgo innecesario a quienes de verdad han de procurar el perfecto desarrollo de su trabajo.
Hoy prima la competencia, las estrategias de fusión, la externalización de servicios imprescindibles que se dejan en manos de terceros, y que fundamentalmente sólo buscan el lucro sin saber nada de aviación, y que se plantean como un negocio más en el que la consideración hacia las personas no tiene cabida. Nos llaman Recursos humanos… somos un mal necesario (de momento) para que los aparatos inicien el movimiento (de cash-flow), y nuestros salarios, la protección legal, el descanso, y cualquier parámetro a considerar en el que influya una parte emocional de un trabajador no cuenta. MONEY is MONEY…
Todos estamos preocupados, desengañados, hartos de la deriva que están tomando nuestros destinos profesionales. A todos estos aviadores del mundo, a los que se ve ir de acá para allá buscándose la vida, aceptando mayores sacrificios personales para apoyar a sus empresas a sobrevivir y seguir siendo productivas, que tienen que cambiar de lugar de residencia, que ven cómo su trabajo está cada vez en un estado más precario y que finalmente tanto esfuerzo acaba siendo la manera en que saldar una cuenta pendiente con quien ha dado todo por NADA…
No sabemos en que va a quedar la aviación comercial después del paso de unos verdaderos «atilas aeronaúticos» que están dejando un páramo donde había un frondoso bosque lleno de espíritus ancestrales, que dieron su vida para que nosotros tuvieramos una profesión maravillosa y exigente, pero que daba grandes satisfacciones personales de superación y de ganarse a sí mismo cada día.
Eso está quedando fuera del tablero de juego, somos pequeños peones en manos de jugadores ventajistas, que se lo llevan «en crudo» y bajo manga, sin pasar por caja. Ahora te monto otra empresa y ahora me cargo la otra. Ahora te machaco a los controladores y te aguantas si no te gusta. Ahora te vendo la torre, ahora te denuncio el convenio… Y mientras tanto seguimos creyendo que algo tiene que cambiar, que esto no PUEDE NI DEBE seguir por este camino. Pero ¿cómo les convencemos de que somos aviadores?. ¿Cómo le transmitimos a la sociedad nuestra verdadera preocupación por estos juegos de salón que perjudican a todos?.
Creo que no hemos encontrado la manera, que estamos a expensas de unos mercenarios especuladores con el bien público, o con capital privado que busca donde comer una y contar veinte, como en el parchís. Y nosotros con la maleta a cuestas, con el futuro de la aviación en manos de avaros insaciables, y con una DIGNIDAD tocada de muerte, porque nadie en su sano juicio deja un trabajo sin ninguna perspectiva real de encontrar un sitio donde seguir siendo aviador, y si lo hay tampoco será especialmente digno.
No es algo nuevo, porque hace ya años que escribí una fábula (guerreros de marfil) pensando en ello. Pero de entonces acá la situación es mucho más crítica, se ha consolidado una forma de operación miserable e indigna, y no tenemos otra alternativa que seguir esperando a que alguien recupere la cordura y ponga de nuevo todo en orden. Son malos tiempos para la lírica, y lo malo es que tampoco hay fronteras en nuestra aldea global.