(foto del albúm de Deiá)
Hoy por fin os descubro el motivo de mi viaje relámpago a Mallorca: «Participar como invitado de una boda». No entraré en detalles al respecto, porque decir que fué maravillosa sería injusto con sus protagonistas, los novios y sus padrinos. Fué un auténtico regalo de atención, cariño y de esfuerzo por cuidar el más mínimo detalle para que estuviésemos, si no en el paraíso, muy cerquita de él. Y lo consiguieron absolutamente. ¡VIVAN… MOLT D’ANYS!
Gracias a ellos tuve ocasión de disfrutar de lo que os voy «recomendando» en pequeñas dosis. Ya os presenté Valldemossa y su Cartuja. La Playa de Es Camp de Mar (en el GPS hay que ponerlo en mallorquín…)
Hoy nos acercamos a Deià, en cuya Iglesia de San Juan Bautista se ofició la ceremonia. Está enclavada en la zona más alta del pueblo y tiene un pequeño cementerio desde el que las vistas sobre el Mediterráneo son un auténtico espectáculo de contrastes. La Sierra de Tramuntana cae escalonadamente hacia el mar, sujeta por los muros de paret seca tradicionales de las Illes Balears, formando terrazas donde los olivos y almendros se mezclan con los pinares y encinas, y las casas de piedra de marés se confunden de manera armónica en un marco incomparable. Al fondo de la roca está esperando el mar, el Mare Nostrum, que invita de nuevo a soñar.
Lugar de costa abrupta, hace que no haya apenas refugios naturales para las embarcaciones que se aventuran en sus aguas, normalmente serenas, pero que pueden ser de una violencia extrema si el viento de Tramuntana sopla con fuerza. En este caso sólo se puede recalar en Sóller o en el pequeñísimo puerto de Valldemossa (Port des Canonge de Banyalbufar), los más próximos, y esperar a que capee el temporal.
Recorrer la carretera de costa, desde Andratx hasta Port de Pollença, es sin duda uno de los espectáculos visuales más reconfortantes para todos aquellos que buscan tranquilidad, mar y montaña, y «perderse» del mundanal ruido para volver a la esencia de la naturaleza sin interferencias ajenas a tus propias sensaciones.
Este encanto llevó a esta zona a convertirse en el retiro y lugar de residencia del Archiduque Luis Salvador. Compró una gran finca, y allí construyó su palacio de Son Marroig, Miramar y S’estaca (actualmente propiedad de Michael Douglas). Dedicó parte de su vida a investigar y escribir sobre Mallorca, inició desde Sa Foradada sus singladuras a bordo del Nixe I ó II, y recibió continuas visitas de la Emperatriz Sissí… Quedarse a ver el ocaso desde el templete de su palacio es un regalo de Dios que no hay que desaprovechar.
Esa misma atracción ha llevado a muchísimos personajes de todo tipo, intelectuales, pintores, escritores y artistas a refugiarse entre sus casas integradas perfectamente en el entorno. Y ahí está uno de los mejores hoteles del mundo (apto para pocos bolsillos), pero que ofrece el lujo más exquisito y la discreción absoluta que tiene el pueblo mallorquín. Si alguno os lo podeis permitir no dejeis de pasar algún día en la Residencia, y si no desde fuera se adivina ligeramente lo que encierra este remanso de paz.
Otro día seguiremos adentrándonos en Mallorca, esa que está tan cerca y a la vez tan lejos de los hoteles del «todo incluído», pero que espera vuestra llegada con los brazos tendidos al mar y a la montaña…
Si no habiais visto unas pocas fotos os invito a hacerlo ahora con este pequeño album.
Que sitio tan bonito Deià y que ganas de volver.