Contra la depresión otoñal

 

 

Estamos metidos de lleno en el Otoño, por fin, ya que las lluvias se han hecho rogar más que otros años, y los hongos y setas apenas van a tener tiempo de regalarnos el paladar, aunque alguna variedad todavía nos pueda salir al paso.

El otoño tiene ese algo de mágico que nos hace meternos hacia el interior de nosotros mismos, hacia el recogimiento, y a veces a una melancolía que nos invade sin saber por qué. Ayer intentaba «explicar» las causas naturales de este estado de alteración emocional, pero sin demasiada fuerza hacia mis interlocutores. Una vez más opté por dejarlo correr y revisar mis escasos conocimientos para posteriores conversaciones.

Distinguir entre un estado melancólico «normal», o una depresión que se convierte en patológica, es tarea de especialistas pero algunos de nosotros podemos aportar experiencias personales y de cómo afrontar el cambio de ciclo estacional. A pesar de que el equilibrio hormonal, la química cerebral se va conociendo más y mejor y por ello han surgido numerosos fármacos que regulan el nivel de serotonina en el organismo y que han demostrado ser muy eficaces en estados anímicos de apatía y falta de interés, o de tristeza opresiva, la ACTITUD personal ayuda más que nada a salir de ese círculo vicioso en el que como un remolino te mete más y más hacia una zona oscura de la que crees no vas a poder salir.

El Otoño puede ser la época en la que te líes la manta a la cabeza y decidas «echarte al monte», en el sentido literal de la expresión. Hay días de luz intensa, y otros de un gris plomizo, de brumas y frío en el alma. Un paseo por un sendero solitario, oliendo el musgo y la hojarasca caída, mientras la niebla va penetrando en un valle, es como la metáfora de tu camino entre tus angustias o temores. Las umbrías entre los álamos y las hayas, están repletas de hojas secas, ocres y pardas, pero también de verde musgo, de boj, de hiedra verde… Un fugaz rayo de luz se filtra entre el ramaje y miras hacia el cielo buscando un claro mayor, esperando que se disipen todas las nubes y que el calor penetre entre la humedad que te rodea y te dé la energía que te falta.

Este fin de semana pasado estuve en Ordesa, un día gris sobre las crestas, mirando al parque desde las atalayas naturales que lo flanquean. El espectáculo es maravilloso y mirar hacia las paredes rocosas al frente, interpretar lo que los estratos calizos  nos comunican, descubrir al fondo la cola de caballo manando agua, mientras las Gradas de Soaso siguen saltando entre losas y salpicando mientras siguen excavando el valle de origen glaciar y convirtiendo el fondo del mismo en un tapiz de colores que abarcan casi todo el arcoiris, es más que una simple excursión de «dominguero». En el camino nos sorprenden unos rebecos, unos sarrios alarmados por la presencia humana en su terreno, y saltando entre los troncos y arbustos sin que noten que es un obstáculo en su huida. Las ardillas cruzaron también el camino y se refugiaron en sus árboles con la cola equilibrando sus ágiles movimientos.

Pero ayer el día era radiante, soleado, lleno de nuevos contrastes y de colorido intenso. Amarillos, ocres, rojizos, verde en algunas copas y arriba el cielo azul intenso, con algún penacho blanco resto de las nubes que se habían marchado temporalmente, hasta que de nuevo cubran el valle y vuelvan a tamizar la luz y dejen de nuevo el paisaje lleno de gris.

Es Otoño y es lo normal. Apetece encender la chimenea y oler la leña quemada que impregna el ambiente de olor de invierno. El humo sale de las chimeneas del Sobrarbe, en cada casa hay un «hogar» que caldea la sala, y donde las personas hablan de sus cosas. Hasta puede que las llamas dibujen la historia de sus antepasados, los que anduvieron las sendas desde la antigüedad, los que apilaron un dolmen o construyeron una ermita, aislada y sobria con paredes de roca y techado de pizarra o lajas.

Estamos en otoño ¿y qué?. Pues si el otoño ofrece contrastes, nosotros los recibimos y disfrutamos de esa variación drástica entre la luz y las sombras. Nos fijamos en los pequeños detalles, un tronco que tiene una estrella dibujada en su corazón, o a lo mejor es una mariposa. Un tronco muerto que yace a los pies de una vereda y que será abono y mantillo para nutrir a otras plantas que brotarán con más fuerza en la primavera gracias a él. Una copa amarilla, filtrando los rayos de sol, que te avisa de que pronto tendrá sus ramas desnudas.

Es Otoño, es maravilloso el otoño, y necesitamos esta época para adaptarnos poco a poco al frío invernal. Lo necesitamos para darnos una tregua a nosotros mismos y reducir el ritmo frenético que solemos llevar, volviendo al calor de la estufa y dejando que nuestros sentimientos surjan alrededor de una mesa con dulces de otoño, buñuelos, panellets o huesos de santo. Se acabó el verano y por eso hoy le doy deninitivamente la bienvenida al Otoño.

Si quereis ver una colección de imágenes de este Otoño hay luz y color, y también gris en Ordesa.

 

Acerca de Carlos

Expiloto de líneas Aéreas, aficionado a las artes: Pintura, Literatura, Música, Fotografía, con ganas de divulgar aquello que he vivido a lo largo de mi experiencia profesional y humana..

2 respuestas a “Contra la depresión otoñal”

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