He vuelto a pasear junto al río Mesa, entre chopos, álamos blancos y sauces, y escuchado el suave murmullo del río, manso y cristalino, alimentando de humedad al cañón que conforma las Hoces del río, y sobre cuyos riscos dominan majestuosos los buitres que anidan en sus rojas paredes.
Se ha detenido el tiempo en dos días, hemos sentido el latir pausado de una naturaleza amable, hospitalaria con aquellos que huyen del ritmo alocado, y generosa en silencios rotos por el canto cadencioso del agua que mana por cualquier resquicio entre la roca cubierta de hiedra y musgo.
Parece increíble que el tiempo se alargue elasticamente hasta romper la barrera de la tensión y saltar hecho añicos, como si ya el reloj fuera un invento obsoleto e inútil que no marca la hora en una nueva dimensión exclusivamente natural. Entre la umbría del bosque, un reflejo vítreo llama tu atención, te obliga a buscar la luz que te invita a descubrir el fondo pétreo, colorido, en el que lo peces navegan en una película de cristal frágil y hacen que el espejo se transforme en un caleidoscopio en el que los rayos de sol salen disparados en cualquier dirección, sin un objetivo concreto que alumbra caprichosamente una hoja caída o un tronco rugoso que se interponga en su alocada huida del lecho que lo rechaza.
Te dejas llevar pausadamente, tus pies parecen negarse a recorrer el sendero en el que has entrado, y retienen tu marcha en una disputa con tus ansias de hacer la caminata deprisa. Ellos mandan y tu voluntad se debe someter a su nuevo impulso, pasito a paso, aspirando el olor del aire perfumado de musgo, oyendo el gorjeo de un misterioso pájaro al que no llegas a ver, y absorber el color morado intenso de un lirio silvestre que surge entre el verde verde…
En ese momento ya estás listo para dejarte empujar con furia por un chorro de agua que azota tu cuello contraído, rebelde y a la defensiva, primero, después -rendido al ímpetu del agua- se abandona a la voluntad de la misma y se hace blando, más blando, más blando, y dócil se deja acariciar cada una de sus fibras por una mano enérgica que le ha llevado a soltar el hueso que aferraba con la fuerza de unas fauces de presa.
En el jacuzzi, donde las burbujas enturbian el agua y aclaran tu mente, te rodean y atacan por todos los flancos, en desigual batalla en la que enseguida te rindes a ellas, y te aprisionan, y te capturan para llevarte dócil y sin resistencia al agua tranquila, remansada y protegida por la cueva que millones de gotas antecesoras fueron labrando en la roca, para que en este momento de tu vida en suspenso, puedas descubrir aquello que habíamos olvidado durante tantos instantes de movimiento. Ya no existe el tiempo, estás ahí parado, en medio de una paradoja física, y tu cuerpo perezoso y agradecido te da las gracias mientras lo envuelves e una toalla que te aleja del útero de la madre tierra que te ha vuelto a dar paz y comodidad durante no sabes cuánto tiempo, pero que en un instante has sentido que fuera una eternidad.
Eso ofrece el río, el agua termal, leche materna de la tierra, en un lugar descubierto ya por los romanos y que la familia Sicilia regenta con una exquisitez y cariño que hacen de la estancia en el Balneario de Sicilia una experiencia atemporal…