Ya sabeis que no escribo NUNCA de fútbol, al menos como lo hacen los ¿especialistas? en la materia. Nunca he sido aficionado al deporte rey, tampoco jugué en el patio del colegio, demasiado, puesto que, cuando un balón rozaba mis piernas, no sabía qué hacer con él y lo impulsaba donde podía, blandamente, dejando que los demás decidiesen la mejor opción a tomar, y creando muchísimo peligro (sobre todo en mi propia portería).
De adolescente me ponía enfermo escuchando el Carrusel deportivo en todas las radios del mundo, bares, futbolines, incluso por la calle con aquellas parejas de matrimonios felices donde el señor siempre llevaba puesto el auricular y la señora arrastraba su permanente colgada del brazo de aquél «seleccionador nacional» que diseñaba estrategias futbolísticas a ritmo frenético.
A pesar de mi ignorancia siempre era partidario de que ganara «El Madrí», casi siempre lo hacía, y ello producía una gran satisfacción a casi todos ganando copas de Europa, ligas y demás. El resto de equipos eran más «locales» y de vez en cuando le arrebataban la liga al indiscutible favorito.
Po supuesto que nunca fuí a ver un partido a la Romareda, hasta que con catorce años o así, movido por la curiosidad, comtemplé en directo una derrota del Zaragoza ante el Valladolid. Ello hizo que tampoco me enganchara al fútbol de graderío que, según los aficionados, es lo más. A mí me pareció incómodo tener que aguantar dos horas de pie porque nadie se sentaba, y yo muy alto no soy; los gritos devorándote los tímpanos, los bocadillos que te daban en el occipucio al menor signo de injusticia arbitral y los «juramentos» y «blasfemias» que acompañaban cualquier comentario «objetivo» sobre una determinada jugada. ¡Demasiado para mí!.
Hasta los 24 años no volví a pisar una grada y no fué por afición sino por estar más rato con mi novia que, por aquél entonces cuando la conocí, era socia del Zaragoza. Ella me hizo saber que el de negro era un señor que no jugaba ni siquiera de portero, sino que era el ángel liberador de frustraciones al que había que dirigir tus rabias contenidas y mentarle a la madre o los ancestros cada dos por tres, como terapia, cuantos más insultos le dirigieras, más relajado y satisfecho saldrías del estadio. Al parecer el sistema ha funcionado y sigue funcionando así por lo que nadie ha querido modificar el reglamento y utilizar las nuevas tecnologías para evitar controversias. ¡Cuanta más polémica, más periódicos, programas de televisión y debates «sesudos» para analizar las actuaciones y errores arbitrales!. Todo un negocio montado a base de las equivocaciones de un pobre árbitro.
Y llegaron los galácticos. Hacía muchos años que se importaban jugadores de todos los países, cuanto más pobres y peor administrados, mejores fichajes. Aquello vulneraba todo lo conocido en cuestión de evasión de capitales. Pero eso es otro tema que trataré en otra ocasión. Por ahora escuchad a Luz Casal interpretando lo que a mí me importa el fútbol…
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