Comenzamos como anuncié un viaje iniciático alrededor del mundo que nos lleva en su primera etapa a Granada.
Granada es quizás la ciudad española que me más me ha subyugado desde que la pisé por primera vez allá por el año 1976. El viaje comenzó en uno de aquellos trenes expreso nocturnos, que más que avanzar cruzando traviesas, y afinando raíles, servían para que pudieramos llegar a cualquier lugar de España de una manera relativamente cómoda. Claro que en un compartimento de 8 personas, con sus enormes bultos, y entrada la noche, no había quien pudiera estar demasiado tiempo recluido en aquel manantial de efluvios corporales.
Viajábamos mi hermano y yo con motivo de los exámenes para ingreso en la Academia General del Aire, ya que el curso inicial se hacía en la base de Armilla y por tanto se habilitaban en los hangares las mesas para la realización de los mismos, así que desde la estación del tren nos dirigíamos hacia el punto de referencia desde el que salían los autobuses para ir a la Base, la Plaza del Humilladero.
Pensamos que lo mejor era coger un taxi por no andar buscando cómo llegar con las maletas a pulso (entonces no tenían ruedas) y menos habiendo pasado la noche en vela. El recorrido fué ya un auténtico hallazgo del casco histórico de Granada, callejones estrechos en los que el coche tenía que maniobrar para girar en cada calleja, tiendas antiguas, gente afanada en su vida cotidiana y nosotros completamente desorientados en lo que creimos era un laberinto pensado más como un zoco que como un lugar por el que circular…
Después de un largo recorrido «turístico» vinimos a parar a una zona más moderna y amplia en la que se encontraba la plaza y nos apeamos en una esquina cualquiera de ella dispuestos a encontrar alojamiento. Al cabo de unos pocos pasos encontramos a un auténtico «public relations» de hostelería sentado a la puerta de un modesto portal, y calzando un sombrero cordobés, ladeado, que se dirigió a nosotros en una lengua «extraña». A duras penas llegábamos a entender un castellano hablado con un cerrado acento «granaíno» hasta que desciframos que era el dueño de una pensión y nos ofrecía su establecimiento a un precio módico.
Teníamos una ganas terribles de meternos en una cama, así que directamente nos dió la llave de una habitación diciendo que el huésped fijo de ella estaba ausente, pero que era de mucha confianza y podíamos utilizarla mientras nos preparaban la nuestra. En fin que entramos a la habitación sembrada de objetos personales, con la cama desecha y se nos vino el alma al suelo. Pero allí que nos quedamos dispuestos a reponer fuerzas para poder buscar algo menos castizo y más aseado. Apartamos sus ropas a una silla, y nos lanzamos casi de cabeza a compartir la cama de aquel extraño sin ningún tipo de resistencia. No podíamos más.
Claro que antes de dormir el organismo me avisó de que era momento de aligerar peso y me dirigí al baño común al otro lado del pasillo. Me sorprendió ver la amabilidad del personal que había dispuesto en una papelera una serie de recortes de periódico para entretener el rato así que, siguiendo con la costumbre tan extendida entre los hombres, cogí el primer pedazo de papel que ví dispuesto a leer un ratito antes de irme a la cama… Inicié un leve intento de estirar el diario hasta que descubrí estupefacto que no era para leer el material disponible, sino que era el lugar al que iba a parar el papel ¿higiénico?. En esa época se reciclaba el papel impreso para todo tipo de utilidades, desde envolver el bocadillo del almuerzo, como para limpiar cristales o finalmente servir de limpieza a culos poco exigentes. Ya no recuerdo cómo salí limpio del retrete, ya que no había papel en ningún otro lado, pero sí que ví un cartelito en el que se rogaba tirar el papel usado en dicha papelera para evitar atascos en los desagües.
Advertí a mi hermano de la forma de proceder y el salió menos impresionado que yo ya que no se llevó la sorpresa de los periódicos. Querría apuntar que en los pueblos de España todavía había retretes cuyo mecanismo consistía en una simple tabla agujereada que apuntaba directamente al corral, donde una serie de gallinas, conejos y cerdos esperaban ansiosos el mana que caía de esa zona.
Por la tarde salimos a dar un pequeño paseo parair situandonos en el entorno y al cabo de unos doscientos metros nos empezó a sonar algún edificio, un cruce y de repente ahí estaba: ¡La estación del tren!. Vamos que el taxista muy amablemente nos había obsequiado con una magnífica «tournée» por la parte vieja antes de dejarnos justo al lado del punto de partida. Imagino que le dió tiempo a hacer un par de carreras más con los viajeros del mismo tren que nosotros habíamos abandonado…
Continuará.
Raúl, así os ahorrasteis el fotógrafo… jeje. Nosotros también estuvimos por allí, de novios y de casados, y acabé bailando una bulería con mi cuerpo serrano que no veas, para regocijo de todos los guiris incluídos nosotros. 😉
Yo estuve en Granada con mi mujer hace 25 años en el Hotel Generalife en plena Alhambra, es espectacular no me extraña que fuera el último reducto que Boabdil se negaba abandonar, hay tanto que ver y en tampoco tiempo, que al final nos apuntamos a un viaje en una furgoneta con japoneses, de esos que te enseñañ todo en 10 minutos, que risa. En el Sacromonte visita a las cuevas con baile y gutarras incluidas ah¡ y unas castañuelas que le pusieron a mi mujer (que es cordobesa) en las manos, la broma 1000 pts., luego corriendo a visitar taller de artesanía con copita incluida total mil duritos de entonces, que recuerdos de aquel viaje cuando las gitanas te cojen la mano para leerte el futuro por la voluntad, claro que depende de tu voluntad para que sea buen o mal futuro jejeje.
Cuenta con ello !!!
Julio, Por entonces tenía 17 añitos y en efecto aprobé todos los exámenes y algunos más que vinieron después. Pero a pesar de todo no me dieron plaza en aquella convocatoria. ¡Una suerte!, ya que mi espíritu militar no era nada ni mucho menos lo que me impulsó a pesentarme. Sólo quería hacerme piloto y era la única opción que tenía entonces. Mi hermano venía a disfrutar de unos días en Granada, y bien que lo hicimos. Pero espero que sigas leyendo lo que fué ocurriendo después.
Bueno… pues como dice el refrán, «todo es posible en Granada». Tras la lectura de este relato me he sentido «reflejado», no por Granada en particular, pero si con las situaciones anecdóticas que he vivido cuando me he cambiado de ciudad para comenzar un nuevo trabajo.
Espero que al menos aprobarais el examen…
Saludos