Casi hasta suena raro el gentilicio… ¡turolense!. Turolense quiere decir de Teruel, la que también existe como ciudad, como provincia y como tierra. Tan raro es que, hasta los propios hermanos aragoneses, a veces los olvidamos.
Si nosotros hacemos esto no hablemos del olvido de sus comarcas por parte de aquellos que durante siglos explotaron las minas, ahora reconvertidas en… poco más que una comarca con nombre, sonoro sí ¡cuencas mineras!, pero eso es todo, porque solo suena cuando lo pronuncias.
Lo cierto es que una vez desaparecidas las minas de la zona, los puestos de trabajo de sus habitantes y se volvió a la «nada de nada» en materia económica, lo que ha quedado para disfrutar es: ¡¡TODO!!.
Afortunadamente la naturaleza de toda la provincia es una maravilla que te lleva desde los páramos y llanuras de Muniesa hasta las elevaciones de Albarracín, desde el ruido de la Semana Santa del Tambor y del Bombo, en el Bajo Aragón, hasta el silencio más intenso de un arroyo recóndito donde «perderte» siguiendo las huellas de un dinosaurio.
Ayer hicimos una de nuestras incursiones en Aragón con una mochila y fuimos a descubrir una zona privilegiada junto a Martín del Río, en plena comarca de las cuencas mineras, muy cerca de Montalbán. (Por si os aburrís de leer aquí podeis ver solamente las fotos…)
Justo a la entrada del pueblo se marca el comienzo de un sendero que te llevará a la época Jurásica en forma de caliza, sobre la que se apoyan los yesos y arcillas Keuper , seguidos de la época terciaria o de calizas aptienses, siempre y cuando los plegamientos orogénicos no hayan intercambiado el orden y aparezcan los restos más antiguos justo encima de los más recientes…
Avanzando con el coche cómodamente por un camino en muy buen estado llegamos a una bifurcación en la que hacia la parte izquierda puedes acceder hacia el Hocino del Pajazo con una espectacular cascada que ha formado una poza en la que el baño te espera hasta el regreso, y desde este salto continuar hacia la cueva de las Palomas, en las entrañas de la que mana una cascada cuyo origen permanece oculto en el seno de la tierra. El paseo es muy cómodo, ya que apenas se realiza en media hora desde que dejas el coche junto a los restos de lo que fué una pequeña central eléctrica.
Tras el disfrute visual de un angosto paso, arreglado y habilitado con pasarelas de madera y donde la vista salta de un brillo en el arroyo, hacia las crestas recortadas contra el cielo azul, o desde un cardo silvestre al musgo verde intenso bañado por agua limpia, o encuentras la faz de una mujer tallada en piedra por la propia agua y regresas hacia el pueblo hasta encontrarte de nuevo con el río y volver ansioso por la otra orilla hasta llegar a la poza y bañarte en ella al pie mismo de la cascada…
Tras reponer fuerzas junto al arroyo y descansar bajo la sombra de los árboles todavía te esperan nuevas sorpresas si decides acercarte a otro nuevo hocino, el de La Rambla. Vuelves hacia el pueblo y tomas en este caso el camino que iba hacia la derecha. Siguiendo hasta donde no queda más remedio que parar, desciendes por una rampita de unos 15 m. hasta un sendero en el que tan pronto te metes en una zona semiselvática, como esperas encontrarte un Cromagnon agazapado en una oquedad, con mirada hostil, esperando a cazar una cabra montés. Descubres estratos de piedra, erosionada pacientemente por un pequeño hilo de agua, que discurre a tu lado y haciendote pensar en la fuerza de la paciencia que ha tenido para ir tallando esa joya natural. Colores, texturas, plantas y silencio te ofrecen mil posibilidades de percepción con cada uno de los sentidos. Basta con que te fijes en todo lo que te rodea para sentir que has pasado el túnel del tiempo y estás viviendo unos miles de años atrás.
Con tan sólo media hora de avanzar por este cañón, donde unas cadenas sabiamente fijadas a la roca te permiten pasar sin dificultad por unas zonas sin ningún riesgo, pero que te hacen sentir como un gran descubridor- aventurero llegas de nuevo a una pequeña cascada con su correspondiente poza donde el premio del chapuzón es más que obligatorio.
En fin, que espero que tengais todos vosotros la «osadía» de aventuraros por estos cañones, poco conocidos, menos frecuentados y dignos de ser admirados por todos. El río Martín también existe y desde luego que encantado de haberlo conocido.