Vivimos tan aceleradamente, que queremos que todo ocurra casi antes de haberlo pensado. Estamos inmersos en el deseo de lo acuciante y a veces ni somos conscientes de que hay que dar tiempo al tiempo.
Nos vamos dejando atropellar por los acontecimientos, todo sucede tan deprisa que antes de haber asimilado la «novedad» ya se ha quedado anticuada. Vemos una tras otra nuevas noticias, en un continuo trasiego de la rabiosa actualidad, que no nos deja ningún poso, y que queda tapada inmediatamente bajo la escombrera de nuevos titulares.
Accedemos a la información mediática en tiempo real, recibimos los mensajes de forma instantánea, mandamos whatsApp, SMS, y a veces hasta hablamos por el móvil. La cuestión es no dejar ni un instante de recibir o mandar banalidades, y darnos la sensación de que estamos en permanente contacto con el resto del mundo.
No hace tantos años que el cartero traía y llevaba algo más que extractos bancarios, o cartas certificadas que suelen ser multas… El cartero nos traía retazos de la vida de nuestros seres queridos. En una carta se reflejaban sentimientos y la letra autógrafa nos traía la imagen de esa persona que la había redactado. El tiempo que te tomaba escribir una carta era un momento espiritual de comunicación, de rebuscar en tu vocabulario la mejor manera de expresar un sentimiento, o de explicar cómo te iba la vida. No sólo era contar anécdotas, porque buceabas dentro de tí y tratabas de recordar todo aquello que te había ido sucediendo desde que habías escrito la última carta.
El género epistolar era una forma más de hacer literatura, y era un magnífico ejercicio cultural. Revisabas si había faltas de ortografía, tratabas de utilizar correctamente los signos de puntuación para evitar al destinatario ahogarse si lo leía en voz alta. Intentabas que la caligrafía fuese suficientemente bonita y legible. Y ponías de tí mucho más de lo que aparentan unos renglones agrupados en párrafos, porque hacías trabajar al cerebro de una manera natural.
Ahora eso se soluciona con un tkm, o un 😉 y creemos haber dicho lo mismo. Pero yo prefiero mil veces aquella despedida clásica de «este que lo es» , o el «suyo affmo. S.S.».
Bien explicado Carlos, yo también soy de los que añora el arte epistolar. Ahora mismo escribiendo desde un ipad me molesto, no es facil, en evericuar donde está cada signo de puntuacion, etc. Suelen estar escondiditos, poner un acento o incluso una interrogación no es «práctico» , la gente estresada de hoy dia, curioso anglicismo, no repara en «nimiedades» que pueden hacer «perder» el tiempo. Realmente como tu bien dices hoy día se galopa sobre el tiempo sin retener nada de tu alrededor, sólo el «objetivo» inmediato, que generalmente es banal, de usar y tirar. Sólo los grandes hechos como el desgraciado fallecimiento o el más alegre nacimientop de alguien muy cercano frena esa ciega carrera hacia el vacío. Perdon si me pongo «cursi» pero pocos espacios hay en los que se pueda uno expresar sinceramente.
Realmente una carta hecha a mano hace detener el tiempo y concentrar ideas y sentimientos en nuestra mano para transmitirlos íntegros a un semejante.
Saludos
Ricardo, amigo.
Agradezco tu atento comentario en este pequeño «alegato» en favor de la pluma pausada.
Hace tiempo que venimos compartiendo ideas, que sabemos que tras la pantalla se esconden buenos amigos, que estamos participando de un fenómeno social al que llaman «red».
Pero te envío esta pequeña respuesta a modo y manera clásica, aunque sin matasellos.
Espero que te encuentres tan bien como siempre y recibe un afectuoso abrazo.
Tu amigo,
Carlos.