Hablaba recientemente con un amigo abogado, culto, y erudito en múltiples disciplinas, del origen ibero de los vascos. Contaba con mucho desparpajo la invasión berebere de Iberia, o Hispania, antes de ser sometida a la tutela de Roma. Aportaba diferentes estudios de investigadores y lingüistas que habían dado con la clave del origen del Euskera, y me tuvo embobado durante un buen rato con su saber y su manera de hablar amena y didáctica. Desde que de chavales coincidimos en el instituto he admirado a mi amigo Pedro, y el paso de los años no ha hecho más que confirmarme su gran valía y su calidad humana e intelectual.
Euskadi, Euskal Herria, Vascongadas, País Vasco… en definitiva el nombre a mí no me importa nada, es algo más que una parte de un mapa, y forma parte de mis primeros recuerdos de infancia, cuando en Elizondo (Navarra) pasé una parte de la misma absorbiendo los aromas de los castaños, en el Baztán. Ibamos mucho a San Sebastián en verano, también cruzábamos la frontera por Irún, para comprar vajillas DURALEX, y cuatro cosillas más que en una España aislada del mundo era imposible adquirir salvo que tuvieras contacto con el ESTRAPERLO.
Viví viendo la Xtapela a diario, entre los vaqueros que la ordeñaban de madrugada y te la echaban en una lechera casi a temperatura natural recién mamada. Merendaba tostadas colmadas de nata y azúcar, y marchaba a jugar a la plaza del quiosco de música bailando a mi aire la jota vasca, a ritmo de txistu. En las fiestas no faltaban los concursos de aizkolaris, y el arrastre de piedras con bueyes, o el alzamiento de piedras a puro de fuerza.
Y como la mayoría de niños creo que tuve una infancia feliz en esos prados siempre verdes donde los bosques siempre ofrecían refugio a los espíritus tenebrosos que allí se ocultaban y que eran convocados en Zugarramurdi durante los aquelarres de sus brujas.
Sea cual sea el origen de estas gentes y de su lengua, yo recibí una parte de su legado antiguo, donde no había nada más que trabajo en el caserío, vacas en el monte y una tranquilidad rural llena de silencio y de brumas. Una paz que saltaba hecha añicos cada vez que «en nombre» de un pueblo moría un inocente por causa de unos bárbaros que no habían pasado de su época bereber, y creían estar reconquistando lo que decían ser «su propia tierra». ¡Pues no les hacía ninguna falta esa reconquista!. Porque nadie, ni mucho menos sus víctimas, les había robado su tierra, ni sus montes, ni mucho menos su alma.
MI vida errante durante tantos años me llevó a vivir de adulto en Vitoria, y pude apreciar amargamente el dolor de la gente en las calles; entre txiquito y txiquito, se notaba que nadie hablaba más que del Atletic, o de la Real, y nada se comentaba del último asesinato cometido unas horas antes en un barrio próximo a todos nosotros. ¡Cualquiera manifestaba su rechazo!. Veías leer el periódico con semblante preocupado, con tristeza, incluso con rabia pero todo el mundo permanecía mudo ante los demás… Eso se llama MIEDO.
Cuando veía a un grupo de ciudadanos pacíficos, manifestando su repulsa a un atentado ante la puerta del Ayuntamiento, frente por frente a otros que reclamaban LIBERTAD PARA EUSKADI, y con su actitud aplaudían una nueva muerte inicua e inútil, se me ponían los pelos de punta. Eso era lo que se veía en la calle, miedo por un lado y también DIGNIDAD. Y por el otro la SINRAZON de un asesinato vil que era ya desgraciadamente una nueva VICTIMA DEL TERRORISMO.
Ya en familia, en la paz del hogar, tampoco había unidad de sentimientos. Sé de muchos hermanos a los que su ideal de nación les separaba por encima de los amores fraternales, de padres a los que el hijo les había salido terrorista, y por mucho que aborrecieran sus acciones armadas, seguían queriéndolos como a tal. Otros padres habían perdido al suyo por culpa del otro, tal vez eran hasta vecinos o compañeros de trabajo de los otros padres, y se miraban a la cara con dolor unos a otros, porque ninguno de ellos sabía cómo actuar y a quien culpar de sus propios dolores profundos y antiguos, enquistados en sus almas y sin esperanza de acabar, si no con el propio, con el de otros a los que les tocaría antes o después vivir los mismos calvarios.
Me alegro sinceramente por los vascos de que haya una posibilidad real de reconciliación y convivencia sin más armas, sin más dolor que el que ya se tiene, sin generar otro nuevo. Cada uno de nosotros tenemos nuestras ideas al respecto, nuestras dudas, nuestros recelos, nuestras discrepancias en cuanto a que sea verdad o no esta renuncia a la lucha armada. Sólo el tiempo confirmará lo que sucede a partir de ahora. Ojalá que los vascos puedan mirarse a la cara en el bar y pedirse perdón por tanta muerte injustificable e inolvidable. Que no se tengan que avergonzar de ningún acto infame, y que no tengan que mirar hacia su espalda por el hecho de tener un negocio, o ser simplemente un vasco que no se vé fuera de España.
Esta gente que ha nacido, que vive honradamente en Euskadi, que se siente vasco aunque no haya nacido allí, y que lo único que pretende es vivir en paz, se merece que creamos en ellos y que les demos la oportunidad de hablar sin parar de todo aquello que llevan callando por miedo tantísimos años. Se lo merecen todos, porque han vivido sin poder hablar, sin poder salir a la calle con la confianza y la seguridad que hemos disfrutado en otros lugares, sin una esperanza de futuro en que el terror estuviera ausente.
Anteayer fué un magnífico día, a mí no me cabe ninguna duda, ya sólo falta que de verdad entreguen las armas, que disuelvan la banda y que nadie olvide que las más de 800 víctimas inocentes de esa barbarie también deberían haber tenido la ocasión de disfrutar de ese día. Ellos nunca más podrán hablar… Pero los bosques del Baztán ya os dije que están llenos de espíritus antiguos y a veces acuden a la llamada de los que les aman.
Mamen, vivir con ellos, entre ellos y saber que llevan tantos años de sufrimiento es como para alegrarse de todo corazón.
Esta nueva etapa que se anticipa, que se desea, sólo se superará con mucho sacrificio de su gente. Unos intentando sentir que aquellos que murieron de una manera bárbara siempre serán recordados como víctimas inocentes de un sentimiento «racial» injustificable e injusto.
Y los que participaron de esta sinrazón, como ejecutores, o justificando políticamente un asesinato, rindiendo cuentas ante la justicia y pidiendo perdón de corazón a sus aterrorizados convecinos.
NO es nada fácil, hay todavía heridas muy recientes y demasiado dolorosas para cualquiera.
Sentirse parte de una tierra, de una cultura, de una forma de ser, sea cual sea, es lo común a la mayoría. Pero cuanto más viajas, cuanto más observas a las personas en sus vidas cotidianas, más cuenta te das de que el SER HUMANO es exactamente igual en cualquier parte. No importa cómo es su piel, su vestimenta, su religión, su entorno…
Yo siempre he hecho gala de ser aragonés, y me siento heredero de mil culturas, de mil razas, y ello no me impide sentir que también soy un poquito como el resto de españoles. Y disfruto de cada rincón de nuestro país con sus cosas propias y particulares.
Pero con miedo y por imposición los sentimientos se transforman en lo que un arma provoca, rabia e ira. Que digan definitivamente adiós a las armas, y que dejen surgir al pueblo vasco que todavía tiene mucho que decir de su propia vida, y de las que se perdieron… Ojalá que encuentren su propia paz.
No sé, Carlos, no sé.
Me ha emocionado tu comentario, por la cercanía que has tenido y tienes con esa tierra.
Yo no he vivido allí, pero si que he ido a menudo a Guipúzcoa y he visto y oido cosas que me daban miedo, porque eso, la forma de tergiversar la historia y el creerse más que los demás que no eran como ellos, vascos… Eso no se cambia de la noche a la mañana.
Ya sé que eran, que son ¿minoría?, pero respaldados por demasiada gente.
Quiero con todas mis fuerzas que el cese sea definitivo, pero por lo que se va viendo y oyendo, sin pedir perdón, sin aceptar sus crímenes, sin entregar las armas…
Eso, que tengo mucho miedo con alguna puntita de esperanza.
Confiemos en el buen hacer de todos para que TODO se vaya arreglando definitivamente.
Un abrazo, Carlos