La música es un lenguaje universal, misterioso, que todo el mundo comprende sin necesidad de saber nada de pentagramas. La música fluye a través del espacio, inunda nuestra vida y nos hace sentir a través de la propia piel.
No importa con qué ni como, basta un tronco hueco para sacar música de él, acompasando el golpe al movimiento corporal estamos bailando. Y en el recuerdo inconsciente surge el ritmo del propio latido del corazón materno como una medida del bienestar y de la paz.
Cuando se trata de diferenciar la especie humana de otras, se le atribuyen cualidades específicas que no posean las demás, unos establecen la diferenciación en el habla, otros en la capacidad de reir, otros en la idea de trascendencia más allá de la vida, el estado cognitivo de nuestra propia naturaleza. Y todas ellas realmente forman parte esencial de nosotros. Pero yo añadiría una más, la capacidad de hacer música, o simplemente el ser capaces de captar la música o disfrutar de ella.
Pero independientemente de la cultura, de la forma de entenderla o de escucharla, la música es una unión entre personas que comparten el mismo gozo por ella. Eso es algo trascendente en una sociedad cada vez más atomizada, en la que cada uno vamos a nuestro propio aire, y en la que el participar en grupo de una disciplina u otra, parece estar en contra de la ambición individual.
Mi amigo Luis Mari Vera me ha invitado a participar en una pasión musical que compartimos desde hace muchísimos años. Es miembro del Grupo Araciel, que está acabando de grabar su tercer disco, y me hace un gran honor con ello.
No sé si finalmente podré participar con ellos de esta ilusión, por ahora ya tengo sus discos y voy a repasar el repertorio «por si acaso». Esto es lo que hacen así de bien… que lo disfruteis.