(autor foto: Don Perucho)
Cuando hablamos de ahorrar en determinados gastos que no son en absoluto importantes, hablamos de que nos ahorramos el chocolate del loro.
Algo así se está poniendo de moda entre los gestores empresariales que no han sabido hacer cosas mejores para prevenir y paliar la crisis. Siguen aplicando la «cuenta de la vieja» para quitar de allí y poner acá. ¡miserables!.
Ahora han dejado de «obsequiar» a sus empleados/esclavos con los consabidos aguinaldos de Navidad. La verdad es que en determinados casos es un favor que les hacen, ya que no tienen por qué acarrear un peso innecesario hasta casa, para descubrir unas galletas rancias, medio botellín de coñá y cuatro bombones baratos.
En fin, cuando las cosas se hacen por «cubrir el expediente» y se le quita el sentimiento real de que es una compensación como muestra de reconocimiento por parte del empresario, todo se prostituye de tal modo que el regalo se te indigesta desde el momento en que te invitan a recogerlo.
Cuando estaba en activo en ese sitio, al llegar estas fechas acababa cabreado con todo el mundo. Pedía que no me regalaran un lote que no me hacía ninguna ilusión, sugería que donaran su valor a cualquier ONG, pero año tras año se cumplía el ritual de recoger una caja rellena de baratijas alimentarias.
Al final volvía con la sensación de haber hecho el canelo por recoger un regalo al que no le hacía ningún aprecio. El mismo con el que me lo regalaban a mí.
Este año parece que por fin no va a haber aguinaldos, ni fiesta de Navidad. ¡Mejor para ellos!. Así se evitan tener que verles las caras a determinados hipócritas que sonríen agarrados a una copa de cava y que después te pegan el finiquito en la espalda, clavado con un puñal…
Debo decir que nunca «me pasó por…» la cabeza, asistir a estas fiestas. Nunca había habido nada que celebrar. Si acaso las despedidas de quienes cada seis meses iban a la calle sin renovarles el contrato temporal. Mucho menos celebrar que se había firmado un convenio satisfactorio. Tampopco me fiaba de mí mismo con un par de copitas que me hicieran más locuaz de lo habitual y acabara insultando directamente a cualquier soplagaitas de los que estarían pululando en busca de azafatas…
Así que mientras todos derrochaban alegría y gorroneaban a cuenta de la empresa, yo me quedaba cómodamente instalado en la habitación del hotel, leyendo un libro o los periódicos del día y tan ricamente a mi cama, sin darles la satisfacción de contar con mi presencia sumisa y agradecida por tanta bondad. Claro que la fiesta se pagaba con el dinero que se nos había negado en las negociaciones, y el aguinaldo se pagaba mediante la misma financiera.
¡Enhorabuena a todos los que no os regalan aguinaldo ni teneis que asistir a ninguna fiesta!. Os recuerdo que a los que les aplicaron el ERE tampoco nadie les va a regalar medio litro de coñá para olvidar. ¡Aleluya!
Susana tanto como disfrutar de la habitación… cuando tu vida transcurre más en un hotel que en tu casa deja de producir satisfacción. Pero al menos no tuve que soportar nunca a unos personajes mezquinos que utilizan las fiestas para algo más que sana camaradería. puagggg!!!!. 😉
Que razón tienes,yo nunca fui a esas cenas de empresas ni recibí cajita de presentes,bueno si una vez y se la regale a mi vecina que no tenia casi nada para comer,al menos disfrutaste de la habitación del hotel,algo es algo.
Saludos.