No soy tan iluso como para hacer el que imagino sería el primer manual para padres, ni siquiera un pequeño decálogo de cómo orientar la relación paterno-filial, porque cualquier cosa que dijera podría servir en un caso y en ningún otro más.
Nadie te enseña a ser padre, tampoco a ser hijo, pero cuando se da el salto de pasar de ejercer de hijo a asumir la responsabilidad de ser padre, se produce algo mágico de manera súbita: «empiezas a entender todo aquello que tu padre trataba de transmitirte»…
Mi generación, la de finales de los 50, hicimos una transición extraña, nos pilló el cambio de régimen siendo todavía adolescentes, la etapa del destape, nuevas perspectivas sociales, mayores libertades y sobre todo el acceso a una formación superior a los hijos de la clase obrera. Una maravilla.
Nos convertimos en jóvenes rompiendo moldes, teníamos el pelo largo, los pantalones de campana, buscábamos el amor sin tapujos, discotecas, y desechamos la preocupación por «el qué dirán» en el que se movieron nuestros progenitores. Ibamos de «listos», nos metimos en la modernidad a base de «movida» y derribando viejos tabúes, nada nos podía detener y nuestros padres se habían quedado «anticuados» antes de haber tenido tiempo de disfrutar de aquellos buenos tiempos.
Ellos fueron los niños de la guerra, de las penurias, del racionamiento, del trabajo a destajo y de las letras para comprar un T.V. o una lavadora «automática». Así se habían criado y así vivieron toda su vida, trabajando a lomo caliente, tratando de ahorrar para por si acaso, dando a sus hijos mucho más de lo que podían y renunciando a casi todo solo porque nosotros pudiéramos llevar otra vida mejor que la que les había tocado a ellos.
Y hay que reconocer que lo consiguieron en parte, aunque nosotros mismos nos hemos convertido ahora en unos «dinosaurios» que no sabemos muy bien cuando nos vamos a extinguir.
Nos hemos dejado llevar por la bonanza, por ideas e ideales de cambio, por una psicología de la educación que no ha sabido transmitir valores antiguos, de respeto, de sacrificio y de obligaciones antes que de derechos. Y ahora nos quejamos de que no nos entiendan nuestros hijos, y vemos en el futuro una jubilación «imposible», mientras ellos no puedan «darse vida». Nos preocupa solo su porvenir, ya no tenemos ambiciones propias sino que nos dedicamos a cubrir las necesidades presentes de ellos y las que les sobrevengan, pero nos llega un poco tarde en comparación con la generación anterior.
Y al final nos damos cuenta de que hacemos lo que nuestros padres hicieron por nosotros, luchar por nuestros hijos, aunque nos equivoquemos en las formas, el fondo es el mismo, y para eso creo que no hacen falta manuales.
Gracias, padres.