Hay cosas que a fuerza de verlas y mirarlas acaban volviendose tan familiares que perdemos la perspectiva con la que verlo como si fuera la primera vez. Pero como en todo siempre hay excepciones. Y una de ellas es el Monasterio de Veruela.
Recuerdo que la primera ocación en que lo visité era en mi época de colegial, cuando los monumentos nacionales, iglesias y conventos eran un «rollo» para unas mentes más dispuestas a jugar que a apreciar el verdadero valor de nuestro patrimonio. Ahora lo veo de esta manera que os quiero aproximar con estas fotos.
Conforme he ido «ensanchando» no sólo mi cuerpo sino mi amplitud de miras, he «redescubierto» algunas de las maravillas con las que contamos a escasos kilómetros de nuestra casa, como este monasterio Cisterciense situado en las mismas faldas del Moncayo y cuya rehabilitación ha sido otro lujo del que desde hace unos años tenemos posibilidad de permitirnos.
La visita guiada a la parte más antigua (y la todavía en fase de recuperación zona del palacio Abacial, en la que será en su día una nueva hospedería), te hacen volver a escuchar los rezos de los monjes durante los Maitines, o imaginarlos cavando el huerto antes de acudir a tercias, o en el «scriptorium» haciendo copias sobre pergamino mientras mantenían caliente la tinta junto al «calefactarum», o bien entonando unos «laudes» durante las «completas».
La historia del monasterio es parte de nuestra riqueza cultural y foco de desarrollo en una época en la que la construcción de un monasterio era el único modo de desarrollar determinadas zonas y mantenerlas defendidas a la vez de la influencia musulmana. La influencia comercial y religiosa hacía que la vida de toda la comarca girase en torno al monasterio y sus intercambios económicos y culturales daban esplendor a los nobles que les daban soporte económico y los convertían así en su última morada.
En épocas más recientes fué residencia temporal de la familia de Gustavo Adolfo Bécquer y su hermano Valeriano, para recuperarse de su maltrecha salud en la limpia atmósfera que irradia el Moncayo. Fruto de esta estancia entre sus muros es la colección de nueve cartas conocidas como «Desde mi celda» y algunas de las Leyendas basadas en la tradición oral de la zona próxima como la conocidísima «el monte de las ánimas«.
El Otoño y las setas hacen que al menos en estos días podamos incluir en nuestra dieta algo más que unos deliciosos hongos y nos alimentemos de «historia» como la de éste, nuestro primer monasterio cisterciense aragonés.
Gabriel, al fin apareces directamente sin ser un Spam. ¡Qué bien!. igual tenía que ver con el wordpress…En cuanto a lo de Veruela es una maravilla cómo o han dejado.
Lamia, ya estás yendo ahora mismo hacia los hayedos del Moncayo y de paso ves un gran monasterio (Claro la señora no se habrá perdido el de Leyre, Javier o S. Miguel de aralar ¡verdad?). Es broma, pero merece la pena visitar los monasterios como éste el de Piedra y por supuesto el de S. Juan de la Peña. En todos ellos se evoca el pasado de una orden cuya importancia en nuestra cultura ha sido tan marcada. Los hayedos están apenas sin hojas…pero estan divinos.
No lo vas a creer pero… todavía no lo conozco.
A mi también me pasó algo parecido. Fui «de joven» con 12 años o asi, y volví hace unos años. Es totalmente distinto.