(foto el remolino bajo Miravet)
No os voy a hablar de lo que se llamó así en sus inicios el vuelo instrumental, sino de navegar a oscuras en el río.
El hombre ha buscado siempre nuevos caminos, nuevos desafíos, y nuevas experiencias. Quizá en la forma de afrontar un pequeño reto perviva la conciencia ancestral del homo sapiens. La necesidad, la búsqueda de otros modos de alimentarse, o la curiosidad sencillamente, le hicieron nómada. Y desde entonces no hemos parado de avanzar hacia ninguna parte concreta, seguimos haciendo camino al andar. (Machado)
Una de esas experiencias que repites casi con seguridad es la de echarte al río cuando llega el crepúsculo. Mientras ves caer el sol a tu espalda, y sientes cómo sus últimos rayos se aferran a los muros del castillo de Miravet, como intentando evitar caerse al río, sabes que estás a punto de iniciar un ritual mágico, donde las luces y las sombras van a pugnar por ganar una nueva batalla que lleva repitiéndose desde hace millones de años, tantos como el origen del cosmos, más viejo aún que el polvo de estrellas.
Es el momento de echar la piragua al río, para dejar que la oscuridad se apodere de todo. Cubre al río con su negrura y vuelve opaca el agua. Cubre los bosques, las casas, las huertas, de sombras y temores antiguos, que vuelven de repente a tí, como cuando eras niño…
Inicias la marcha en penumbra hasta que la noche es total y sólo el brillo de las estrellas refulge arriba, en el infinito, y en el río deja tintes de luz, fugaces, irrepetibles y únicos, que se multiplican y reproducen con cada gota de agua.
El abrazo oscuro del río te oprime el alma, y exprime el jugo del miedo de cada uno de los que en él hemos sido atrapados. Prisioneros del río, que te lleva a su antojo allá donde quiera llevarte, porque tú sólo ves la sombra en las orillas y al cielo no te puedes agarrar por más que lo intentes. Luchas por salir del río pero ¿dónde?, no puedes, no debes luchar, sino dejarte mecer con él y seguir el camino que marca. Le tienes que acompañar hasta el final de tu etapa.
Pero la NATURALEZA es aún más sabia que el río, y más exigente contigo, así que decide ponerte a prueba un punto más allá de tu propio desafío, como diciendo: ¿Así que querías guerra?. ¡Y guerra que nos planteó!.
Nos descubrió temiendo al río, a la oscuridad, a los insectos, y decidió que saliésemos de allí tremendamente fortalecidos. Así que nos propuso jugar a las tormentas. Nos preparó sobre la marcha un auténtico espectáculo de luz y sonido, de relámpagos sobre el horizonte que iluminaban el río, tras los que llegaba con retraso el rumor de los aplausos en forma de trueno. Ya no sabíamos si queríamos luz u obscuridad, si guerra o paz, si queríamos ir o volver. El agua volvió a moverse a impulso del viento y aportó, no un grano de arena, sino un millón de gotas a la tormenta. El sudor del miedo se unió a la fiesta, agua llovida del cielo, agua salpicando del río, agua manando de tu interior… ¡agua, agua!.
Alguien o todos tuvimos miedo, nuestro miedo propio y personal, intransferible pero compartible. Miedo visceral, miedo a la madre naturaleza y miedo al río y a la tormenta. Solamente Miedo. Y yo volví a cordarme de la tribu, ésa que te arropa y te ayuda a superarlo todo, incluso el miedo. Y fuimos más que grupo TRIBU. El clan del hombre primitivo salió a nuestro encuentro, sin más que frotar la lámpara mágica del cerebro humano, y nos metió a la parte más primitiva de cada uno, en la que extraer las enseñanzas perdidas, las lecciones aprendidas miles de años atrás, y que hemos enterrado en el subconsciente a base de ser conscientes.
El río y la naturaleza hicieron el trabajo más duro de todos, proporcionando los medios necesarios para ese reencuentro con el ser indefenso, con tu miedo de niño, y buscar la forma de superar todo aquello que arrastras contigo como un lastre perpetuo, que llena de plomo tus alas y no te deja volar.
Así que fué una experiencia maravillosa, intrigante, misteriosa, digna de un ser humano que se busca a sí mismo y encuentra en su interior la esencia divina del SER, impersonal, del de todos. Somos todos la tribu, el clan, el grupo, y todos hicimos y dimos lo mejor de cada uno para vencer una pequeña batalla, contra nosotros mismos. Porque la que nos dió la auténtica lección fué nuestra madre: LA NATURALEZA. ¡Gracias!.
Y ahora cómo sintió LLuis su río, el nuestro, el de todos, desde la mirada experta y apasionada de un profesional que vive por y para el río. Así me lo comentaba en un correo privado, pero estas palabras deben hacerse públicas y no quedármelas en propiedad, porque no son sólo para mí, sino para toda la tribu…
«Si encima de disfrutar como un loco de una noche inolvidable, las personas te agradecen la labor que haces con toda tu dedicación, eso te llena y te «recarga» más que los rayos de la otra noche.
Nuestro amigo Ebro se nos mostró travieso y juguetón junto al Barranco de Masdeus, que fué donde ese viento repentino nos advirtió de lo rápido que se pueden complicar las cosas si por comodidad, prepotencia o lo que sea, dejas de ponerte el chaleco, por ejemplo…
Un descenso emocionante, como hacia días no lo tenía. Circunstancias que te muestran esa fuerza de los elementos y la naturaleza. Que te hacen formar parte de ella y te hecen sentir vivo.
He navegado muchas noches ese tramo, pero nunca de forma tan emocionante. Estuve sintiendo tan intensamente el río, que me transportaba al siglo pasado y me sentía como un bravo llaguter que navegaba camino de su casa bajo la lluvia y la tempestad.»
Jio, fué una auténtica chulada. Otra cosa es que tuvimos que emplearnos a fondo, en lo físico, y en lo psicológico. Pero ¡vencimos! y disfrutamos a tope. 😉
a ver si me estreno con las piraguas con pipa….
(sobre todo por estar recuperado y dejar atrás ya está primavera)
y espero que sea tranquilito y no tan aventurero.
🙂