¡Sorpresa y asombro!. Eso es lo primero que sientes cuando escuchas por primera vez a esta magnífica orquesta. Sorpresa por su gran calidad; y asombro porque lo consiguen unos jóvenes que no superan los 26 años de edad.
Para cerrar el ciclo de conciertos de Otoño del Auditorium de Zaragoza no había posiblemente un colofón tan magnífico. Ayer el público que «abarrotaba» la sala Mozart se entregó sin medida a la calidad interpretativa de esta numerosísima formación. En el escenario no cabía apenas el director puesto que el número de músicos que participaron en el concierto sería de unos 150 (tal vez más, es decir casi el triple de lo que suele ser habitual).
Con esta cantidad de «maestros» lo primero que se aprecia es «fuerza». Fuerza, juventud y técnica hacen que el sonido de la orquesta sea «atronador» cuando atacan los «fortíssimo». Y ciertamente que lo consiguen. Cuando ves que entran los jóvenes a sus atriles, y llenan por completo el escenario, te preguntas cómo será posible «conjuntarles» y lograr armonía. Para ello entra un joven -que ayer cumplió 27 años- con melena rizada y con una amplia sonrisa que enseguida disipa tus dudas. Levanta la batuta, arranca el primer compás, y ya te das cuenta de que dirige a la «masa» con una maestría impropia de su juventud.
Este joven director, Gustavo Dudamel, es otra gran sorpresa del concierto. Imprime todavía más fuerza a «su» orquesta, por si ésta era poca. Dirige con gran sabiduría y consigue sacar el máximo provecho de las cualidades sonoras de la grandísima orquesta. Sin darte cuenta pronto estás centrado en escuchar la maravilla que sale de sus instrumentos y, como no podría ser de otro modo, acabas rendido ante su buena interpretación.
Ayer eligieron un programa «difícil», excelente para demostrar todas las posibilidades que tiene una orquesta sinfónica. La primera parte fué La Sinfonía nº 7 en La, Op. 92 del » genio», L.v. Beethoven. Tras el descanso afrontaron el reto de la Sinfonía nº 5 en Mi m, Op. 64 de Tchaikovski. Ambas sinfonías muy «exigentes» para los músicos. Sus grandes cambios a lo largo de la partitura en cuanto a ritmos, fuerza, tempos, contracantos, etc. hace que la interpretación requiera de una maestría importante para que el conjunto adquiera «color». Y lo lograron en todo momento. (Ver otra opinión)
Así que, el más que entendido público zaragozano, agradeció su clase brindándoles un aplauso continuado de más de quince minutos de ovación. Merecidísima ovación. Ellos correspondieron gentilmente con un «regalo» esperado y no menos sorprendente: Un Mambo. Los puristas no sé lo que dirán al respecto, pero realmente es sorprendente ver a una orquesta «seria», y ésta es muy seria musicalmente, bailando y girando con sus instrumentos, saltando y gritando: «MAMBO». Realmente espectacular.
La nota humana se la brindaron al final a su director cantándole el cumpleaños feliz y saludando a la bandera Venezolana que un grupo de compatriotas agitaban justo al fondo del escenario.
Nos despedimos de los conciertos de Otoño con un magnífico sabor de boca, esperando el próximo año con la seguridad de que, con orquestas de esta envergadura, la afición musical de Zaragoza va a seguir disfrutando de grandes conciertos. ¡Gracias al Auditorium!.
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