Según cómo entendamos la frase de que «Dios da pan a quien no tiene dientes», podemos concluir que o la riqueza está mal repartida o que los ricos no sacan provecho de su abundancia… Pensemos lo que queramos y dejemos que nuestra conciencia actúe en consecuencia.
No se trata directamente de pan y quien lo puede masticar, ahora hablamos de petróleo, de avaricia y de «necesidad». Los países que cuentan con las mayores reservas de petróleo no son un ejemplo de reparto de la riqueza que les ha generado esa «maldición bíblica» llamada CRUDO. Muchos de ellos están en lo que conocemos ambiguamente como Oriente Medio, y uno en concreto, Libia, en la zona del Magreb (norte de Africa).
Llevamos mucho tiempo viendo cómo los ciudadanos de todos ellos han vivido y sufrido bajo la opresión de diferentes gobiernos totalitarios, ante los que se han rebelado y se han echado literalmente a la calle hasta conseguir derrocar a sus respectivos tiranos. Salvo en Libia, cuyo visionario sátrapa, está utilizando las armas contra su pueblo, mientras el resto del mundo observaba esta batalla con el deseo (encubierto) de que fuera el pueblo quien ganara su propia independencia.
Pero resulta que en una semana dramática, la situación geoestratégica ha cambiado radicalmente. Un terremoto en Japón ha dado la «puntilla» al inestable equilibrio que se había alcanzado en las revoluciones populares, y que parecía que se decantaba hacia el lado de los menos favorecidos. Gadafi sólo era un «loco» que se oponía a ceder su pan a sus hermanos.
Pero ahora resulta más necesario que nunca controlar el petróleo que atesora bajo las arenas de su país, que pronto estarán cubiertas de sangre y cenizas. Se ha dado el visto bueno a «meter en vereda» a este iluminado, aunque quienes lo paguen sean los inocentes civiles y militares libios.
No se trata ya de ayudar a restablecer el orden en ese país, a liberar al pueblo de su miseria y de su sometimiento forzoso a un régimen que ha obrado a su antojo con los derechos humanos. Tan pronto entrenaba terroristas como se proclamaba el eterno azote de los mismos. Se jacta de haber apoyado la campaña electoral francesa en beneficio de Sarkozy, como de ofrecer su petróleo a quien le salga de… los pozos.
El terremoto de Japón sigue causando estragos, más allá de la radiación nuclear, más allá de las miles de víctimas directas que ya ha causado. La vieja Europa, tan vieja que casi no tiene dientes, ha vuelto a afilar sus colmillos, y a Gadafi le diría otro refrán: «Quien da pan a perro ajeno, pierde el pan y pierde al perro».
El reactor nuclear de Fukushima ya ha esparcido su letal radiación sobre el cielo de Libia. Ese espacio aéreo que va a ser zona de exclusión, eufemismo para denominar zona de combate, está ya autorizado por la ONU. A partir de ahí ya todo es mero trámite para las hienas que se abalanzan sobre los despojos de un país en guerra civil.
No sabemos quien ganará, pero sí sabemos de antemano quien ha perdido, los pobres que no tenían pan a pesar de tener dientes. Ahora sí que lo tienen «crudísimo», porque la voracidad de la manada que se aproxima no se sacia con un barril de más o de menos, quiere todo lo que les queda bajo el desierto. Y para ellos les dejará una vez más la arena del desierto, el viento y el cielo estrellado, eso sí supervisado por los aviones de las fuerzas internacionales.
Que Alá les coja confesados, que Dios se apiade de ellos, que Buda les conserve el Karma, que Brahma permita que se reencarnen en sucesivas vidas. Y todos los credos religiosos que eleven sus plegarias por todas las víctimas habidas y por haber tras el terremoto en Japón. ¡»Vade retro me Satana»!