Cuando pasas un fin de semana en el Pirineo, el tiempo se alarga de tal manera que siempre acabas acordándote de todo menos del reloj. Se acaban las prisas, el ajetreo y la paz del espíritu te envuelve de tal modo que la luz que reverbera en los arroyos produce un efecto hipnótico sobre tu mente a la que le devuelve la tranquilidad perdida.
En apenas dos días te da tiempo a todo y lo mejor que puedes hacer, cuando hace buen tiempo, es dedicarte al excursionismo por las veredas y senderos o bien por cualquier rincón de sus pueblos, donde descubres siempre un detalle, una roca o un geranio, dignos de una foto fantástica. (Algunas de las mías).
Panticosa, de siempre, ha sido un pueblo bonito donde los haya, aupado en una ladera del valle de Tena y con un Panorama dominante sobre las tierras bajas que le han hecho merecedor de ser considerado un auténtico privilegiado y además haber sido de los primeros en «explotar» el potencial turístico de la zona. Ahora todavía están estudiando darle un mayor atractivo con la creación de un parque de ocio para todo el año, según informa El Heraldo.
La proximidad a la estación de esquí de Formigal y por supuesto con la creación de la propia estación de Panticosa (Los Lagos), más familiar y tranquila, le han dado una vitalidad que ha hecho del pueblo un reducto de buen gusto y encanto tradicional, alimentados por el más moderno desarrollo turístico e inmobiliario.
Pasear entre sus calles y por supuesto disfrutar de una buena comida en cualquiera de sus restaurantes es toda una delicia (Yo os recomendaría el de La Ripera, buena cocina, bien decorado y excelente trato, así como un pecio muy ajustado a la calidad de lo servido).
En verano se puede subir cómodamente hacia las pistas de esquí sentado en una cabina, y desde allí visitar los Ibones próximos, o dar un paseo por la zona sin mayores pretensiones que disfrutar de las vistas. Merece la pena acercarse ahí y sentir la brisa seca del monte refrescando el aire que golpea en tu piel.