Estaba viendo cómo sopla el viento de Zaragoza, nuestro CIERZO, al que le tengo ya bastante ojeriza, cuando he recordado que tuve que explicar el efecto que produce en nuestros cuerpos el dichoso viento.
Como fenómeno meteorológico es sencillamente parte de la naturaleza que se empeña en hacer circular las masas de aire de manera continua e incesante. En mi empeño por atar muchos cabos y hacer que la atención se dirija hacia el resultado práctico del saber científico, preguntaba a mis alumnos un par de tonterías: ¿para qué se tiende la ropa en un tendedor?. O ¿por qué tenemos tanto frío cuando sopla el cierzo?.
Claro que estábamos hablando de vientos, de nieblas y de nubes, cosas tan naturales como que ni siquiera nos fijamos en ello y sólo nos preocupa si va a llover o si tenemos que sacar la chupa de cuero. Así que comentaba cómo se mide la humedad relativa y a qué se referencia, y cuándo podemos prever lluvia o sencillamente ese rocío mañanero que cubre los parabrisas de los coches…
Hablábamos de punto de rocío, de saturación de vapor de agua en el aire, y un montón de magnitudes medibles como la presión, la temperatura y su influencia en el contenido de vapor en una masa de aire determinada. Cosas sencillas, aunque para la vida diaria nadie se molesta en ver cómo estas simplezas afectan a cosas tan dispares como tender la ropa a secar, o sudar como un energúmeno cuando la humedad rebasa un determinado porcentaje.
La ciencia tiene poca prensa, a pesar de que nos explica pormenorizadamente cualquier fenómeno natural, de manera que la aplicamos sin pensar en más. Simplemente vamos al efecto y no a la causa. Un ejemplo tonto sería que le damos al interruptor y creamos la luz, sin saber si los electrones van o vienen por un cable, o si entran voltios o salen amperios…
Pero el cuerpo humano es una gran máquina termodinámica, que genera calor y que procura mantener una temperatura estable en todo momento. Para ello se ayuda del mayor órgano que tiene, La Piel, a través de la que circula superficialmente la sangre, y actúa como un gigantesco radiador, disipando la temperatura a través de ella, y generando sudor como apoyo para lograrlo. En este intercambio calorífico está el secreto del «termostato» interno que regula el ambiente interior con el exterior (homeostasis), y que tiene sus propios límites .
Para que el calor interno salga de manera controlada y se mantega dentro de un rango muy estrecho entre 36º y 37,5º, regula el flujo de sangre que circula superficialmente, constriñendo los vasos sanguíneos o dilatándolos para hacer variar el caudal que irradiará el calor sobrante. Pero si el aire circula sobre la piel varía la rapidez con la que se disipan esas calorías. Así que una ligera brisa siempre refresca, como ya sabíamos todos. Así que a mayor velocidad del viento, mayor cantidad de calor liberamos.
Si por el contrario aumenta la temperatura exterior, el organismo comienza a segregar sudor para que esa temperatura interna se emplee en evaporar el agua sobre nuestra superficie, además de crear una barrera térmica contra la radiación externa. Si la atmósfera que nos rodea está muy cargada de humedad, además de a una elevada temperatura, ese vapor de agua que intentamos evaporar está cerca de la saturación del aire, por lo que no se absorbe más en el exterior y sigue depositándose de manera continua sobre la piel. Estamos en pleno trópico cuando el aire está prácticamente saturado de humedad.
Con estas cositas intento que aprendan además de meteorología algo de conceptos físicos, médicos o sencillamente que entiendan que la ciencia está ahí esperando que se le abran nuestras puertas de una manera sencilla y práctica. Y no es fácil que alguien busque respuestas si antes no se ha hecho las preguntas…
Decía que la sensación térmica depende del viento, de la humedad, de la temperatura, de la presión, del metabolismo, de… la naturaleza humana. Pero como aquí estamos metidos de lleno en la época de cierzos, os dejo unas tablitas de relación entre la temperatura externa y la sensación en función de la velocidad del viento y la temperatura. Por culpa de ello nos llaman CHEPOSOS a los zaragozanos, porque siempre vamos metiendo la cabeza entre el forro de los abrigos. Así que abrigaos lo que podais, y cuantas más capas mejor.
Para los que salgan deprisa de casa y quieran saber si ponerse el abrigo o no, aquí teneis un cálculo rápido de esa sensación sin más que dar un par de datos, basándose en la fórmula de Paul Siple, que fué explorador polar y geógrafo y que inició este concepto del que os he hablado hoy.
Actualización: El Heraldo habla hoy 18 de esto mismo… «a su aire»
Jubi, a mí me llegan los comentarios perfectamente… Así que creo que no se habrá perdido ninguno (sentiría que fuera así).
En cuanto a la temperatura baja, es siempre relativo. Si diéramos los grados en Farenheit, -7ºC serían 19,4º F. ¿y eso casi da calor?. El agua se congela a 32ºF. Je,je, esto nos llevará a pensar casi como un Lama tibetano. ¡no hace frío!, pero por si acaso me echo una manta encima… 😉
Debo de ser muy pesado ya que mis comentarios van a Spam, o cuando menos a moderación. Lo siento.
¡Perfecta explicación! Yo tengo termómetros por todos los sitios, higrómetro solamente uno, y el dedo (chupado previamente) para saber de donde sopla el viento y la sensación térmica. En cierta ocasión en Broto sin una brisa de aire, el termómetro de máxima y mínima que tengo en el exterior marcaba 7º bajo cero pensé «esto se ha escacharrado», pero puse un recipiente metálico con agua, y al cabo de 15 minutos la superficie de agua estaba congelada, la sensación térmica me había jugado una mala pasada.