Siempre que he hablado con quienes tienen miedo a volar , he observado que uno de los recursos que más utilizan para vencer su miedo es el de «una copita», o dos, y ¡arriba!. También suelen tomarse algún tipò de ansiolítico o tranquilizante (en la actualidad casi todo el mundo tiene acceso a ellos y son utilizados masivamente por un elevado porcentaje de personas de forma habitual). Cualquier estrategia es buena para afrontar el miedo con alguna ayudita externa.
Del tema de los medicamentos prefiero que hablen los médicos, pero del alcohol os voy a hablar un poquito yo mismo.
Ayer os contaba cómo se había desparramado el aceite en un vuelo a Palma. Pue bien, no sólo se expande el aire de una garrafa, sino que todo nuestro organismo se ve sometido a la misma falta de presión ambiente. Todas las cavidades internas que contienen aire experimentan el mismo fenómeno, así que las que son elásticas como el estómago, pulmones,etc. aumentan de volumen y pueden producir distintas molestias en el sujeto.
Una molestia leve sería la aerofagia (ganas de peder) y se alivia con un oportuno pedo que a los que le rodean les produce una molestia inducida de lo más desagradable. Os rogaría que fueseis un poquito condescendientes con quienes os someten a la tortura de sus gases «innobles» porque podría decirse que casi no pueden evitarlo. Hay otras molestias como el taponamiento de oídos, del que ya hablaré en otro artículo, hinchazón de pies y manos (síndrome de la clase turista) y otras que iré comentando.
Pero centremonos en el ALCOHOL. Como todos sabeis, sobre todo por las campañas de la DGT, el alcohol no es bueno (mejor dicho, el alcohol no sienta bien). Los efectos que produce en el organismo son muy variados y van desde la pérdida de atención a la disminución de la capacidad de reacción, desde la euforia hasta la «modorrilla» y finalmente al sopor que es lo que buscan los que se suben con miedo. Si en condiciones normales estos efectos se van notando de forma progresiva a medida que aumenta el consumo, en un avión son extraordinariamente rápidos. El motivo de ello, una vez más, es la maldita presión. ¿Por qué?.
Hemos dicho que una vez en crucero la presión a la que estamos en cabina puede rondar los 3000m., dependiendo del sistema de presurización del avión y de la altitud de crucero, lo cual hace que la proporción de oxígeno en el aire que respiramos varíe de una forma notable siendo menor que a nivel del mar. A su vez en la sangre la concentración de oxígeno también es menor, por lo que es facil adivinar que una misma cantidad de alcohol en sangre, producirá unos efectos más inmediatos y notorios.
Este proceso es extraordinariamente rápido ya que, en unos veinticinco minutos, el avión alcanza su altitud de crucero, sin haberle dado tiempo al cuerpo a adapatarse a este cambio y poder compensar los desajustes que se han producido. Todos habeis oido hablar de la «aclimatación» que tienen que realizar los montañeros cuando intentan subir a cimas muy elevadas, o los entrenamientos de deportistas en altura. Todo ello se hace para que el cuerpo se adapte a unas circunstancias «no habituales» y poco a poco va produciendo más globulos rojos para compensar el déficit de oxígeno.
En resumen: volamos con poca presión, por eso hay poco oxígeno, el cuerpo todavía no se ha adaptado y encima lo bañamos en alcohol. Las consecuencias son obvias. ¡La borrachera se presenta bruscamente y con muchas menos copas de las que sabemos que aguantamos en condiciones normales!.
A partir de ahora ya sabeis por qué ocurre, y cómo evitarlo. Sin embargo cuando se vuelve de unas vacaciones, o después de una comida con buen vino, la ingestión de alcohol ya la llevamos hecha, así que ya nada podemos hacer, salvo aguantar el tirón y pasar la resaca que se nos va a producir intentando dar una «cabezadita».
Felices vuelos, amiblogs.
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