Lo primero que hago siempre que comento un accidente de aviación es el recuerdo hacia las víctimas y familiares de ellas, a los que les manifiesto mi sentimiento de pena compartida y les deseo que recuperen la tranquilidad que han perdido de forma tan dramática.
Desde que ví por primera vez el vídeo del accidente de Trans Asia, tuve la impresión de que ambos motores estaban parados y con las hélices abanderadas, cosa que me abstuve de comentar tanto en público como en privado ya que muchas veces nuestros sentidos son enemigos de la realidad. Pero lo reproduje un montón de veces hasta asegurarme de que lo que veía era realmente una doble parada de motores.
Al cabo de unos días se comentaba en la prensa «profana» la heroicidad de unos pilotos que aparecieron aferrados a la columna de los mandos de vuelo, luchando por controlar el avión y evitando una catástrofe mayor al esquivar los edificios que se interponían a su planeo, para finalmente acabar en un río del que afortunadamente pudieron salir con vida varias decenas de pasajeros, y otras más murieron fatalmente en él.
Hoy ya se van conociendo más datos «provisionales» de la secuencia de sucesos que ocurrieron y que acabaron en un accidente con víctimas. Si como parece hubo una parada de motor tras el despegue, y el sistema de abanderamiento automático funcionó correctamente, dentro de la dificultad que tiene la emergencia es algo que cualquier piloto de turbohélice ha practicado hasta la extenuación durante el curso inicial de habilitación de tipo en el simulador.
El entrenamiento inicial, y posteriormente los reentrenamientos periódicos de estos profesionales, se centran fundamentalmente en la operación en condiciones de emergencia, siempre o mayoritariamente con la pérdida de un motor en las fases más críticas, y haciendo que su pericia y control del avión se incrementen, y que la confianza en sí mismos, la tranquilidad y la aplicación metódica y correcta de los procedimientos operativos se hagan de una forma casi «natural», sin precipitación y con doble confirmación antes de efectuar una acción que -en caso de error- nos deje poco o ningún margen de actuación posterior.
Es un trabajo muy duro por su parte someterse a estas sesiones maratonianas, en las que en ningún momento pueden tener un despiste, en las que físicamente sus músculos acaban pidiendo tregua, donde sudan y sufren por igual, y donde el mejor instrumento de una cabina de vuelo (su cerebro) se somete a un nivel de stress intensísimo para, muy poquito a poco, conseguir hacer de ello un aprendizaje profundo e indeleble para el resto de su quehacer profesional.
Parece increíble que el error humano esté presente en alrededor del 80% de los incidentes o accidentes de aviación. Pero somos humanos y por tanto expuestos al fallo. Cuando una tripulación actúa de manera coordinada, supervisando el uno al otro, confirmando o sugiriendo, ejecutando y asumiendo cada uno una parte del trabajo y volviendo a acoplar sus mentes de manera sincronizada hacia un único objetivo: LA SEGURIDAD, es cuando tienen las mayores garantías de éxito en cualquier situación anormal o de emergencia.
El avión nos da a todos a diario muchísimas lecciones de humildad, porque nos demuestra lo que somos capaces de hacer y nos susurra que no somos infalibles, y al igual que en la Roma antigua nos dice: «Recuerda, solo eres un hombre».
Descansen en paz esos hombres de Trans Asia. Amén.
Hola, Carlos:
Me alegra ver tus comentarios y me gustaría aprovechar tu página para pedir colaboración a tus seguidores.
Hace muchos años, tuve que viajar en avión desde Zaragoza. Era un día de julio y cayó una tromba de agua durante el tiempo previo al embarque. El sumidero se atoró y nos hicieron pasar vadeando el agua. No fueron capaces de traer un autobús para acercarnos. Era el tiempo en que el billete se pagaba a «doblón». Me arremangué los pantalones, me quité zapatos y calcetines y me dirigí hacia la escalerilla. Allí, volví a calzarme y subí. Otros pasajeros hicieron algo parecido. Otros echaron a perder zapatos, pantalones u otras prendas. Ninguno protestó.
El día 22 de enero de 2014, festivo en Valencia, viajé en el AVE con dirección a Sevilla, para pasar un tema de trabajo y para comer con unos amigos de allí. Ese día era de los fríos, fríos (al menos para los que estamos aclimatados a Valencia). Como de costumbre, la puerta del vagón estaba abierta durante bastante tiempo antes de la marcha del tren y las puertas que separan la cabina de pasajeros de las plataformas donde están aseos y puertas, estaban abiertas. Las de todo el tren AVE 03982. La temperatura exterior no rebasaba los 6 o 7 grados y, en consecuencia, la cabina estaba fría. Al comenzar la marcha resultó que las puertas interiores no funcionaban. Mi asiento era de pasillo y junto a una de esas puertas. Es decir que si bien había calefacción, el calor desaparecía a toda velocidad en el sitio en que me encontraba pues en la plataforma no la hay. Como yo, los otros pasajeros comenzaron a abrigarse. Ya sabes: no debes arruinar la excursión cogiendo un catarro. El tren iba completo, al menos mi vagón y el inmediato. Pues bien. los pasajeros cerramos las puertas con un notable esfuerzo físico. Pero, estando en un vagón intermedio, es inevitable que las personas lo atraviesen para ir a la cafetería. Tuvimos la santa paciencia de cerrar la puerta cada vez que un pasajero, con considerable esfuerzo, la abría y la dejaba abierta de nuevo. Párese el tren en Cuenca e imagina la diferencia de temperatura. Los campos nevados. Las puertas exteriores abiertas durante unos minutos. De nuevo lo mismo en otros destinos intermedios fríos. Alguien había contado cerca de 130 ocasiones en que habíamos cerrado la puerta (no se si era el penúltimo o antepenúltimo vagón). Una de las personas que mas se aplicó a cerrar tenía las yemas de los dedos doloridas.
El empleado que pasaba en cada ocasión repartiendo los auriculares dijo que había dado parte a quien fuera -el se encontraba como todos con nuestra puerta cerrada-. Muchos de los pasajeros se habían abrigado. En fin, cuatro deliciosas horas.
Al llegar a Sevilla acudí a formular una queja y me dijeron que mejor la hiciera en la oficina de Renfe de AVE. Allí fui y perdí 15 minutos de las pocas horas que iba a estar en esa ciudad. Y me dijeron que me contestarían en unas semanas. Y es lo que hicieron el día 19 de febrero.
Una carta muy cariñosa pero diciendo lo siguiente:
«En el caso que nos ocupa, en los informes que dispone este Centro de Atención Posventa, no figuran registros de averías en las puertas interiores del citado tren, no teniendo constancia el personal de supervisión en el tren de esta incidencia»
Asombroso ¿Deberemos viajar con un notario por vagón para que levante acta de las incidencias? Ni yo ni mis compañeros de ubicación vimos a supervisor alguno durante las cuatro horas del trayecto (estaría escondido en un sitio calentito eludiendo dar explicaciones o ayudar pues no podía cambiar a nadie de asiento dado el nivel de ocupación de las plazas). Pero el señor de los auriculares, que se dejaba las yemas de los dedos y algún otro músculo dado que debía cargar con la caja de los auriculares a la vez que abría la puerta, y evitar que cayeran, nos había dicho que había hecho saber la deficiencia.
Ello nos lleva a una primera conclusión:
O los del servicio posventa tienen instrucciones de dar mucho jabón y amor en sus respuestas pero negar lo evidente o el responsable del tren es un cuentista de tomo y lomo (supervisor o lo que sea)
Y pasamos a otra conclusión:
No solo hay que presentar la queja en la propia compañía sino también en la general de pasajeros que te encuentras en la propia estación pues está muy claro que los de la propia compañía pasan olímpicamente unos de otros. El de posventa pide información y el del tren cuenta una milonga. Y si la reclamación se hace a alguien externo, tal vez la tomen en serio.
Y la tercera, que es la que me ocupa en la petición de colaboración que, como no es operativo ni económico llevar a un notario por vagón, que pidamos que se obligue a llevar hojas de reclamación en el tren, avión, autobús o vehículo en que se transporte a personas para que puedan cumplimentarlas durante el trayecto y entregarlas en el propio vehículo una de las copias y otra en destino, de modo que no puedan repetir lo que a mí porque SÍ HABRÁ QUEDADO REGISTRADA la incidencia.
Y a los de la compañía (Dirección General Renfe-Viajeros, Dirección de Comercial y Marketing, Gerencia de Servicios de Atención al cliente), si es que llegaran a leer esto, que tengan mas dedicación para detectar estos problemas y menos tolerancia con los cuentistas. Hasta donde recuerdo, no está privatizado ese servicio y no entiendo que ello deba significar que cada uno puede hacer lo que le viene en gana.
Fijaos si pudiéramos viajar en avión como sucede en otros países sin dedicar dos horas a prolegómenos. Habría competencia y mas compañías cubrirían trayectos como el del que estamos hablando, pudiendo por tanto elegir.
Muchas gracias y os animo a las reclamaciones para que las cosas cambien.
¿Alguien ha viajado en cualquiera de las compañías aéreas en un asiento imposible o ha tenido que soportar su bulto de mano sobre sus rodillas durante el viaje porque han tolerado que otros accedan a la cabina con auténticas mudanzas y para que otro pasajero no lo patee?
Gracias, Pedro.
Hace unos años que presenté una reclamación en la antigua estación de El Portillo de Zaragoza. Fué el propio Jefe de Estación quien me atendió y acabó dándome las GRACIAS por haberme tomado la molestia de presentarla. Me reconoció que era la única «fuerza» que él tenía para poder mejorar determinados asuntos de servicio que llevaba años tratando de que se solucionaran… no somos conscientes de que sólo participando podemos luego vernos beneficiados.