Los aficionados al esquí en cualquier modalidad, estamos encantados con este tipo de noticias, ya que disfrutar de unas bajaditas por una ladera es una sensación difícil de explicar. En mi caso, que practico lo que llamo skí de supervivencia (con una técnica deplorable) hace que me concentre en la trazada, en controlar la velocidad para no forzar mis músculos, en afianzar el bastón… de tal manera que me olvido del resto del mundo.
Disfruto como un «cosaco» y acabo el día agotado y feliz. Entre subida y bajada, siempre hay tiempo de mirar al horizonte, a las cimas nevadas azotadas por la ventisca, a los bosques que se cubren de blanco puro, y a toda la naturaleza maravillosa que te acoge llena de blandura y pureza.
Espero que muy pronto esté por ahí calzando esquís y dándome algún que otro revolcón por el manto de nieve, una bendición según nuestros ancestros ya que «año de nieves, año de bienes».
Aún recuerdo la primera vez que intenté probar qué se sentía y cómo conseguía la gente bajar lo que parecía una pendiente pronunciadísima… fué en Andorra la Vella, en la estación de Soldeu. Ni que decir tiene que a duras penas conseguí estar de pie más allá de unos efímeros instantes, y creo que al final de la mañana pude por fin recorrer seguidos unos veinte metros de ladera…
Los hermanos Wright también comenzaron modestamente volando unos segundos, así que esos metros deslizando fueron para mí el descubrimiento de una pequeña pasión que no me ha abandonado. Varios años volvimos a ese pequeño paraíso del esquí, del comercio con menos aranceles, y con una amplia oferta de hoteles en Andorra, que te permite disfrutar de los muchos atractivos del valle que es patrimonio de la humanidad.
Hoy que el cielo de la ciudad aparece cubierto de nubes, he pensado que en las cimas de los Pirineos estará nevando, y mis recuerdos de principiante me han llevado a Andorra una vez más.