Cuando alguien pretende aterrizar un avión en los primeros momentos del aprendizaje es algo relativamente complicado. Requiere de toda tu atención y se te amontona en la cabeza todo aquello que el instructor ha tratado de hacerte entender en el «briefing» previo. Velocidad de referencia, gases, ver suelo, alinear con la pista, recogida suave, más pie, menos alabeo, horizonte, y ¡pam! a ver si aguantan los amortiguadores.
Sólo se consigue hacerlo de manera «segura» tras unas cuantas repeticiones, una toma tras otra hasta que te das cuenta realmente de cómo reacciona el avión en el espacio, y cómo debes corregir y dirigir la máquina hacia donde pretendes. A base de práctica, de muchas tomas y despegues, consigues la suficiente habilidad para hacerlo sin que sea una cuestión de suerte.
Después vendrá la fase de hacerlo de manera más suave y conseguir que el aterrizaje sea apenas un leve roce de las ruedas en el pavimento.
Suele haber dos tendencias iniciales en lo que conocemos por «recogida» (Flare en inglés), que es el momento en el que tratas de que la velocidad de descenso sea nula, tirando suavemente de la palanca de profundidad hacia atrás. O lo haces demasiado pronto, o sea a mayor altura sobre el suelo de lo deseable, o bien lo haces demasiado tarde, y estás ya casi tocando suelo. En el primer caso se corre el riesgo de que tu velocidad, respecto de la masa de aire, quede por debajo de la mínima necesaria (velocidad de pérdida) y el avión tienda a caerse en vertical cuando todavía hay demasiada distancia con el suelo. En el segundo es como si el suelo te viniera de golpe contra el avión y el impacto es fuerte, vamos que sale una toma DURA.
En cualquier caso se trata de seguir practicando y no desanimarse si te cuesta un poco más que a otros.
Una de las cosas que suele ocurrir en estos entrenamientos es hacer que el avión se meta en el «turno impar», botando y rebotando tantas veces como le dejes hacerlo. Se convierte en un suplicio para el piloto novel, que no sabe qué está pasando y por qué el maldito avión se empeña en subir y bajar, golpear la pista, vuelta a subir, y así hasta que esa mano de tu instructor dice la bendita expresión: «mío el avión». Un poquito de potencia, algo de sustentación, un ahora corto y tiro y el avión se posa en la pista y ahí se queda… porque él le obliga a hacerlo.
En fin que a más de uno nos ha tocado experimentar una sensación de impotencia como esta, en la que de nuevo sientes de todo, frustración, decepción, incredulidad, impotencia… y te vas a casa con las orejas gachas intentando comprender lo ocurrido, y pensando si alguna vez serás capaz de conseguirlo por tí mismo.
El video siguiente es un buen ejemplo de lo que os trato de contar. Me atrevo a decir que no lo ha hecho de manera voluntaria, aunque nunca se sabe…