Una de las sorpresas gratas que te depara el transcurso de los años es que, al contrario que con las personas, las ciudades van mejorando año tras año. Esto me ocurrió al evocar el Cambrils de los años 70 cuando de pequeño ibamos algunas vacaciones a la Costa Daurada. Entonces todo era desarrollismo rápido y barato para explotar al máximo el incipiente turismo nacional que, de forma masiva, iba pudiendo hacerlo tras muchos años de pobreza e inclusio miseria nacional.
Aun quedan restos de unas edificaciones bastante poco estéticas, donde lo que primaba era la economía y la rapidez de construcción. Tal vez eso no haya cambiado mucho, aunque el aspecto externo está mucho más cuidado.
Al margen de las edificaciones lo que sí es más cierto es que las ciudades han ido ganando en calidad de servicios y en facilidades para los visitantes o residentes. Los viales, autovías y accesos se han multiplicado en cantidad y calidad. Los paseos se han hecho dando paso a los peatones y los carriles bici. Las palmeras han crecido en altura y número y las zonas ajardinadas han sustituido parte del cemento que cubrió los primeros solares de esparcimiento.
El mobiliario urbano ha ido ganando en diseño y por supuesto el arte destinado al ciudadano ha aumentado en calidad, haciendo de cada rincón un sitio donde admirar un monumento o una escultura por el puro placer de mirarla.
Cambrils sigue siendo un pueblo pesquero, su puerto te invita a soñar con una vieja goleta para recorrer mil y un puertos, o dar un paseo en un velero antiguo con su tradicional vela latina en un atardecer lleno de reflejos ocres. Los aparejos preparados para la faena de bajura tienen el mismo encanto de una labor dura y llena de sal, de un sacrificio eterno para ganarse el pan. Te habla de tormentas y temporales, de nieblas densas y mar rizada. Pero en el puerto todo es tranquilo, el agua se amansa y deja vagar tu pensamiento hasta evocar tu vida mientras contemplas un corcho flotando con el sedal.
Las playas de arena dorada que dan nombre a esta costa te invitan al baño cálido y tonificante antes de ir a tomar un «refresco» al chiringuito y deleitarte ante el colorido de las velas de windsurfing mientras extiendes tu mirada hacia el mar, cercano y el horizonte infinito ante el que tu espíritu siente la pequeñez del ser ante el océano inabarcable.
Por eso os propongo esta colección de fotos que tomé en Cambrils. Hay un poco de todo lo bueno que tiene dar un paseo por esa magnífica villa.
Gracias por la invitación gamón, pero ya sabes que soy más de secano que los cardos.
¡ Muy bonitas las fotos del reportaje!……especialmente me han gustado las de los barcos.
Si te animas, nos sacamos el título de P.E.R. (patrón de embarcaciones de recreo).
Besos
Como buen Zaragozano he hecho mis excursiones veraniegas a Cambrils algunas veces cuando era bien pequeño. Me gusta su ambiente menos sobrecargado de gente y de turistas que Salou, y su arquitectura que se ha mantenido más comedida.
¡Hola!
Desde que llegué a Reus, siempre que queríamos ir a la playa, íbamos a Cambrils.
Es el típico pueblo pesacador que pese a la cantidad de turistas que visitan la costa daurada cada año, conserva muy limpias sus playas.
Un saludo
Las fotos son también emoción, y aunque podría mejorar con otra maquinaria la calidad de las mismas, no creo que mejorase lo que pretendo transmitir con ellas. Me alegro que sean de tu agrado y que te lleven un poco de olor a mar…
Carlos, me ha encantado tu texto y me han enamorado las fotos. Este año no he podido ver el mar y me tengo que contentar con los pedacitos que vais dejando en la blogosfera.